Derivaciones de una réplica - Socialismo colectivista  

 

Conviene fijarse en que los comunistas prescinden, absolutamente, del culto a la verdadera democracia, y que lo mismo ejecutan su acción en Estados significadamente democráticos, como Inglaterra y Francia, que contra las organizaciones socialistas en todos los países. Sabido es por todos los acontecido recientemente con la primera, cuyo gobierno laborista fue víctima de los manejos anónimos conservadores de Zinovieff, uno de los “consagrados” por el comunismo ruso, como dice la compañera Kollontaï.

No es por lo que pudiéramos llamar romanticismo ideológico, ni siquiera por los fervores de un fanatismo partidista y mucho menos por amor a la Humanidad, por lo que trabajan los comunistas sino, simplemente, por acomodarse en el poder, manjar que les resulta del todo exquisito.

El comunismo dejaría de serlo en los países de Europa, y hasta de Asia y América, si su acción social no estuviese acompañada de numerario, que valiera más que se emplease en hacer más llevadera la vida penosa del proletariado ruso, que, como todos sabemos, ha tenido que ser auxiliado por la solidaridad mundial, mientras de manera pródiga se invertían millones de rublos en sostener una propaganda activísima contra el Socialismo por todos los pueblos del mundo y un ejército mercenario, opresor y verdugo de la clase obrera moscovita.

Pero consecuentes con nuestra promesa de intercalar en nuestra refutación o crítica del comunismo, aquellas opiniones que juzgamos valiosas, concedemos la palabra al camarada J. Cardona, con cuyo criterio estamos de acuerdo:

En tres países de Europa ha realizado el comunismo un papel activo: en Rusia, en Hungría y en Italia. Con haber citado a Rusia casi se tiene la evidencia de que el comunismo no llega a los países que viven una vida democrática. La democracia aleja al comunismo. Precisamente por las condiciones de miseria política en que se encontraba el pueblo ruso, estimulantes de los instintos revolucionarios, Rusia fue materia dócil al arte de Lenine. ¿Qué hubiera hecho Lenine en Inglaterra, en Francia? La psicología de Lenine no permite trasladarse a un escenario diferente del de Rusia, porque en pueblos democráticos no hay ambiente para que pueda desarrollarse el comunismo. En Hungría y en Italia el comunismo intentó reproducir la misma operación de Rusia, porque estos países, aunque no lo parezcan, viven todavía en un régimen predemocrático. Y lo mismo puede decirse respecto de nuestro país. Si en España el sindicalismo, como manifestaciones virulentas, cree que una revolución no se detendría en los límites estrictamente democráticos, es porque a pesar de nuestras ilusiones, España no ha conocido la democracia sino de oidas.

Y si, como muy bien se dice en el precedente párrafo, no conocemos la democracia por no vivirla sino precariamente, ¿cómo hemos de admitir una inteligencia ni siquiera circunstancial, con los comunistas hasta el presente sus más encarnizados enemigos? Véase, sino, la siguiente noticia telegráfica –ya confirmada- que recortamos de un diario:

“El Kremlin ha dado órdenes a los centros electorales ejecutivos de gran parte de las repúblicas soviéticas, para que anulen el resultado de las elecciones últimamente celebradas procediéndose a nuevas elecciones en todos los casos en que los elegidos no respondan a las exigencias de las autoridades comunistas.”

Tampoco tiene desperdicio lo siguiente que entresacamos de un artículo de Indalecio Prieto:

El comunismo sirve admirablemente a las derechas para su maniobra de dejar consolidada la derrocación del régimen constitucional. Recientemente hemos revelado nosotros, con textos incontrovertibles que el único periódico diario que han tenido en España los comunistas lo fundaron en Bilbao, sin regatear dinero, elementos ultracatólicos, con la anuencia y el estimulo de quien era entonces obispo de la diócesis; y no hay modo de explicar que se fomente lo que tanto se dice temer.

Convengamos, pues, en que el comunismo es una escuela que no debe merecer nuestra beligerancia. El proceder de sus adoctrinados nos incita, como ya dijimos al principio, a repudiar todo contacto con los comunistas.

Ahora, como siempre, son los perturbadores de la democracia en todos los sitios y se alían con la prepotencia del arribismo cuando se les ofrece ocasión, cual actualmente lo hacen en Italia.

La historia del movimiento obrero mundial nos recuerda como procedieron en todos los casos.

Al principio de la última decena del pasado siglo fueron los acráticos comunistas progenitores sociales de los hoy soviéticos, quienes amargaron la existencia al ácrata sensato Anselmo Lorenzo, director en aquel entonces del diario colectivista El Productor de Barcelona.

Este, como Ricardo Mella, José Prat y algunos otros libertarios de buen sentido, era sino marxista, de espíritu hegeliano, aunque no partidario de la acción política de clase como medio de lucha del proletariado, cual lo somos nosotros los socialistas.

De la sensatez de Anselmo Lorenzo, fundador con Franelli, Mesa, Mora, los hermanos Robaudonadeu, Pablo Iglesias y otros ya desaparecidos, de la sección española de la primera Internacional, se puede juzgar por el siguiente párrafo que de un escrito suyo entresacamos:

Así como un hombre que ignora algo piensa en los medios de adquirir aquel conocimiento, estudia, lee, consulta, piensa y por fin sabe, muchos hombres reunidos con el mismo afán de saber, sin prejuicios, con el entendimiento libre, estudian, leen, consultan, discuten, es decir, piensan y por fin dan solución racional a cada tema, y al hacerlo, se enseñan mutuamente, y crean ciencia nueva, ciencia colectiva, universalizan la ciencia y hasta pudiera decirse que la emancipan de cierto sectarismo.

José Prat , que no fue nunca, no lo es actualmente, enemigo de la organización obrera, de aquellos que han calificado a los ácratas colectivistas, partidarios de las sociedades de resistencia, de “libertarios legalistas”, en una polémica sostenida con el periodista Adolfo Marsillach, ha dicho lo siguiente:

“El proletariado ensaya: primero creando y luchando con sus sociedades de oficio contra los intereses creados que dificultan el progreso del medio social suyo; segundamente sentando las bases de la sociedad nueva por medio de la cooperación. Claro que esta cooperación, sintetizada hoy en las cooperativas obreras, no es, ni mucho menos, la sociedad nueva, pero es su germen, a pesar de todos sus defectos impuestos por el medio. No resuelven el problema, no dan la armonía de intereses ni el bienestar, no pueden resolverlo porque el signo de cambio, la competencia, la propiedad, etc.., los transforma en una sociedad comercial más, las aburguesa y las particulariza enfrente de la idea colectiva de socialización total; pero la base cooperativa en que descansará la nueva sociedad está ya cimentada, el impulso camino de la cooperación libre está dado presentando una idea de cómo puede funcionar la sociedad nueva.

Como medio de lucha contra la asociación de capitales burgueses, las cooperativas no pueden vencerles; por ser una sociedad de capitales obreros cuyos beneficios no pueden hacerse extensivos sino a los asociados, las cooperativas limiten la ley de la solidaridad; pero el productor se va capacitando. Aprende a administrar y hacer funcionar la producción y distribución de los productos sin necesidad de la tutoría de las clases directoras.”

He aquí resumido en sólo dos párrafos el principio colectivista en que se afirma el proletariado; organizado bajo la base múltiple y el socialismo no comunista es de admirar que sean, precisamente, algunos ácratas, de los reconocidos como sensatos, quienes afirmen el colectivismo, esencia, quiérase o no, de las doctrinas sembradas por nuestros precursores, Engels, Lassalle y Carlos Marx.

EL OBRERO BALEAR nº 1192

13 de febrero de 1925