Joan Monserrat Parets                                  La paz sea con vosotros

Por donde queremos acabar debiéramos haber comenzado. Y no porque hubiese en este instante peligro de llegar al escándalo por el camino de l iniciada polémica. Por algo callé todo este tiempo. Ese sentimiento de responsabilidad despierto ahora en mi amigo Bisbal, pudo antes en mí determinar una prudencia con todas las apariencias de la cobardía. Ha sido preciso adquirir, para salir de mi silencio, el íntimo convencimiento del pleno dominio de toda baja pasión y la posesión de la necesaria tranquilidad de espíritu para decidirme a una discusión, que, si no era mi propósito rehuirla, tampoco hubo en mi el deseo de buscarla.

Callen, pues, desde este momento las armas y quede también por mi parte concertado el armisticio. Si cesó la guerra la consecuencia será la paz. A éste, si de veras la queremos, hay un medio de alcanzarla: no pactarla ni siquiera hablar de ella. Basta con llevarla todos en el corazón. Negociarla, estipular condiciones, sujetarla previamente a determinadas normas es dejarla poco más que imposible. Por esto franca y sinceramente declaro que no acepto ni impongo condición alguna. Quiero una paz sobre la base de la tolerancia, sin apostasías ni claudicaciones por parte de nadie. Unidos en lo esencial, no puede ni debe ser motivo de lucha lo accidental y secundario.

Si no abonaran mi punto de vista los pasados y siempre frustrados intentos de concordia, vendrían hoy en mi ayuda las actuales circunstancias. Imposible sin la previa discusión y los convenientes reparos solidarizarnos, por el acatamiento y la sumisión, con actitudes rechazadas por nuestra conciencia. Es esta la hora menos propicia para encadenar nuestro espíritu e hipotecar nuestra futura conducta. Esperemos. Nada se opone al armisticio, preludio de paz y la concordia, si los hechos vienen, elocuentes, a demostrar la bondad de tales propósitos. Huelga, por sabido y por inconveniente, la necesidad de descubrir nuestro pensamiento y de fijar nuestra actitud. Nos conocemos todos. Ayer como, como hoy, con más fuerza hoy que ayer, subsisten nuestras discrepancias tácticas y doctrinales. Y habíame de tocar en suerte vivir los acontecimientos de estos últimos años para afirmarme en mis ideas de antaño. El oportunismo, interpretado desde un punto de vista socialista, de fuerte sentido liberal democrático, arraigó en mi con más fuerza que nunca. El abandono de esta posición política sobre tener todas las apariencias de una apostasía, sería una insinceridad y una traición a mi conciencia, que me condenarían por anticipado a la inacción y a la esterilidad.

También mi amigo Bisbal, está donde estaba, no ha modificado su pensamiento ni su conducta. Y de éstos quiere derivar precisamente, la única condición que impone como base de concordia y de arreglo. Seria esto, en mi concepto, cortar el nudo, no desatarlo. Por este camino no llegaríamos, seguramente a entendernos nunca.

Venga la paz, venga la concordia, pero sin condiciones, sin renuncias, sin humillaciones, sincera y sin fórmulas. Aquí no ha pasado nada. Ni hubo impurezas, no equívocos, ni agravios, ni disputas, ni expulsiones. A probar esto con hechos, con actos, con buenas intenciones. Sea esta conducta en todos, absolutamente en todos, la garantía de los pacíficos propósitos anunciados.

Y nada más y a callar tocan.

Y si tal sucede, yo le aseguro al amigo Bisbal que oportunamente, (siempre el oportunismo) ocuparé un puesto, el más modesto, el último seguramente. Más adelante, cuando haya liquidado mi pasado quizá se despierte en mi la vanidad de querer ser otra vez el primero. Ahora no, no podría ni querría. Trabajo me ha costado renunciar a las prebendas y sinecuras que me proporcionaron mis andazas de vividor de oficio, de profesional de la agitación. Ha sido para mí una verdadera tortura, pero casi, casi lo he conseguido ya, suprimir los selectos entremeses, el exquisito Roquefort, los aromáticos habanos, el rico café y los costosos licores, que daban de si mis arrebatos tribunicios y mis formidables discursos. ¡Dichosos y añorados tiempos aquéllos!

Pero no nos desviemos. Venga esa ansiada paz y quizá volvamos algún día a las andadas. 

Palma, Mayo 1925

J. Monserrat Parets.

EL OBRERO BALEAR nº 1206

22 de mayo de 1925