Camino del fracaso
El estado en que se encuentra la gigantesca
lucha provocada por el imperialismo germánico
corrobora lo que hemos afirmado repetidas veces;
esto es, que dicho imperialismo marcha a su
fracaso.
Algunos éxitos materiales tenidos por él en los
primeros momentos hicieron creer a sus devotos
no ya en un triunfo total, sino en una rápida
victoria; pero los últimos acontecimientos, el
abandono de las posiciones que había conquistado
para caer como un rayo sobre París, les habrá
hecho ver que el plan del Estado Mayor alemán ha
procedido con tanto acierto como la diplomacia
de su país.
El error es el compañero inseparable de tal
azote, y ante el error de un parte y la barbarie
que representan de otra, va derecho a su
hundimiento.
Nadie –decía el- peleando conmigo será capaz de
resistir mi empuje; nadie –afirmaba igualmente-
manejará con más acierto y precisión que yo los
elementos que en la guerra se emplean. Y se ha
equivocado.
Pudo en los primeros momentos, disponiendo de
masas enormes que concentró antes que sus
enemigos reunieran las suyas, atravesar Bélgica
y llegar hasta las proximidades de París; pero
midió mal la resistencia de los que se oponían,
calculó peor las provisiones que necesitaba,
estimó en poco la acometida de los rusos por las
fronteras austriaca y alemana, y hace visto
obligado, sufriendo con ello una doble derrota,
moral y material, a retroceder kilómetros y más
kilómetros.
Si se equivocó el imperialismo alemán al no
pensar que Italia dejaría de seguirle en su
aventura, al creer que Bélgica no se alzaría en
masa contra él, el suponer que Inglaterra
abandonaría a Francia y al no observar que
acometía su empresa baratera cuando el ambiente
mundial le era contrario y cuando existía un
poderos factor obrero que enfrente de él había
de estar, no menos se ha equivocado en lo que
toca al valor de su táctica, al superio9ridad de
su Estado Mayor a la acometida arrolladora de
sus masas.
Todo esto se presentaba como cosa excepcional,
como algo que nadie ha igualado, como un
conjunto de circunstancias que nada podría
vencer; mas después de lo ocurrido, luego de ser
echados atrás por los franceses y los ingleses
los que se tenían por los mejores soldados del
mundo y creían contar con una dirección casi
perfecta, el concepto que se formará de ellos y
de sus directores será otro.
No se desconocerán las cualidades que tengan
como luchadores, ni el efecto de su gran
disciplina, ni el cálculo de sus jefes; más de
reconocer eso a tenerlos por invencibles, por
gente que sojuzga a la fortuna, hay un enorme
diferencia.
Y si, con pequeña diferencia, los defensores del
imperialismo alemán son soldados como los demás,
no pueden vencer.
¿Serán más en número que los aliados? No.
¿Cuentan navalmente con más fuerza que ellos?
Tampoco.
¿Disponen de más o de los mismos recursos que
franceses, ingleses, belgas y rusos? Menos. Casi
bloqueados, no sólo tienen paralizada gran parte
de su producción, sino que se encuentran faltos
de muchos artículos de primera necesidad.
¿Les acompaña la razón? ¿Siéntense sinceramente
exaltados por alguna gran idea? ¿Van a pelear
por el derecho, la libertad o la justicia? No.
Es lo contrario lo que les mueve a guerrear.
Para ellos nada representa la libertad, la
independencia o la tranquilidad de los demás
pueblos.
Faltos de ideales, representando un retroceso e
inferiores medios en muchos sentidos a los
elementos que han de pelear en nombre de Francia
y de los demás pueblos aliados, los soldados del
imperialismo habrán de ser necesariamente
derrotados.
Durará más o menos la contienda -¡ojalá dure
poco para ahorrar vidas y economizar millones!-,
pero sea corta o sea larga, el triunfo no será
de los que quieren el imperio del sable, y con
él la repetición de horribles matanzas como la
presente, sino de los que desean que los pueblos
sean dueños de sí mismos y resuelvan sus
diferencias por procedimientos pacíficos.
(De Acción Socialista)
Núm. 659, 26 de septiembre de 1914
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