Llorenç Bisbal

LA INDUSTRIA DEL CALZADO EN MALLORCA

Para quien tenga un poco de memoria, nada más que un poco de memoria, y establezca la comparación del estado actual de nuestra industria de calzado con el de hace doce o trece años, le será fácil deducir una diferencia enorme, grande, colosal; tan colosal como la que existe entre un agonizante que va a exhalar el último suspiro y uno de estos hombres que, hallándose en la flor de la juventud, se encuentran sanos y vigorosos, con un desarrollo físico siempre ascendente, capaces de resistir cualquiera enfermedad.

Tal es la transformación que, en sentido retrógrado, ha sufrido la industria. En el transcurso de doce años ha pasado del estado de florecimiento y vigorosidad al de tísica agonizante, de un estado de apogeo ascendente a un estado de decaimiento mortal.

Antes de perder España las Colonias de Cuba, Puerto-Rico y Filipinas, a cuyos mercados se exportaba el calzado balear, sin más competencia que la que se hacían los mismos industriales mallorquines y menorquines; por poco expertas que fuesen estos aún sin disponer de grandes capitales, con solo tener un poco de crédito bastaba para que en pocos años acumularan una fortuna regular. Así hemos visto a los Pizá, a los Rubert, a los Garau, a Ripoll (Andrés), a los Reynés, etc, que de simples trabajadores zapateros han pasado a ser grandes capitalistas, algunos retirados ya del negocio desde el desastre colonial.

Esto es una prueba irrebatible de la progresiva marcha de dicha industria en aquella época, época en la cual los obreros zapateros y las guarnecedoras de cortes ganaban más dinero en cuatro días de trabajo normal que en la actualidad en seis con un desarrollo veloz y excesivo de sus energías físicas; y menos mal si en todo el año no les faltase trabajo para poderlo hacer, pues nunca se habían visto con tanta frecuencia ni eran de tan larga duración los periodos de calma que se notan en el ramo de zapatería isleño balear, por cuyo motivo la emigración de zapateros a las Américas del Sur, Argel y Marsella de cada día va tomando grandes proporciones. Y si se tiene en cuenta que siempre suelen emigrar en mayor escala los trabajadores más hábiles y buenos; y que los puntos indicados hoy constituyen mercado de gran parte del calzado balear, el que ya lucha con grandes desventajas debido a los gastos aduaneros para su introducción en ellos y a la desproporción en la compra de materiales; si todo ello se medita se verá que dicha emigración a los mencionados países ofrece la última gota de veneno a la ya cadavérica industria mallorquina y menorquina del calzado, pues sus competidores mortales serán los mismos zapateros balerianos, aquellos mismos que un tiempo le dieron su savia vivificadora y la colocaron en la cúspide del progreso balear, convirtiéndola en un manantial de riqueza, en una fuente de relativo bienestar general. Estos serán, sin que les alcance culpa ni responsabilidad alguna, los que le clavarán el puñal enterrador. El tiempo y el estudio nos podrán convencer de ello.

Y volviendo por el camino que seguíamos antes. ¿Cuáles han sido las causas determinantes de la decadencia zapaterial de Mallorca? ¿de qué año data esa decadencia? ¿ha sido lógica, ha podido remediarse?

(Continuará)

Elebebe

EL OBRERO BALEAR

Núm. 323, 2 de febrero de 1907

SU DECADENCIA

II

En el año 1894, en que tuvo lugar el levantamiento insurreccional de Cuba, empezaron a iniciarse los primeros síntomas de un porvenir negro para dicha industria y sus colaborantes.   Y en efecto, estallar la guerra con los cubanos y transformase la vida progresiva de aquella en la de decadencia que aún la caracteriza, (y que de cada día va acentuándose más), todo fue uno.

Tan pronto fue confirmada la noticia de que los hijos de Cuba se habían levantado en armas contra España, y ya los industriales mallorquines que fabricaban el calzado para aquella Isla recibieron órdenes terminantes de sus clientes y representantes de suspender los pedidos y la fabricación, a causa del estado anormal en que se encontraba aquella. Claro está que en el transcurso de la guerra se envió calzado mallorquín a Cuba, pero fue en muy escasa cantidad y los que lo hacían puede decirse que fueron casi únicamente los grandes fabricantes que allí tenían tienda propia, como por ejemplo el Sr. Rubert. Los demás, los que carecían de esa circunstancia y no disponían de otros mercados donde enviar el calzado, unos fueron víctimas de la bancarrota (los más pequeños fabricantes), otros se retiraron del negocio decidiéndose disfrutar la fortunita que éste les proporcionara, y los restantes viéronse obligados a conquistar plaza en los mercados de Puerto Rico, las Filipinas y el interior de la Península española. A todo esto siguió la consiguiente escasez de trabajo y muchos obreros zapateros viéronse lanzados a la huelga forzosa, por cuya causa la mano de obra sufrió una depreciación nunca vista en Palma. El que escribe estas líneas llegó a cobrar el calzado de hombre a 1’25 pesetas el par, mi patrono era entonces el fabricante conocido por (en March), que no constituía excepción en el modo de remunerar el trabajo de sus obreros; pues en casi todos los talleres, además de tener los zapateros el trabajo limitado a un número reducido de pares por semana, el precio de su elaboración oscilaba entre aquella cantidad y la de 2 pesetas el par.

Esta situación de los zapateros mallorquines y de la industria, que muy a la ligera, sin entrar en detalles, porque no nos son necesarios para el fin que nos proponemos, hemos descrito, duró desde 1894, hasta 1898 en que, debido al bloqueo de aquellas colonias por los norte-americanos, se cesó por completo de fabricar calzado para exportar; la industria estuvo veintitantas semanas sin funcionar. Las miserias y angustias que esto originó en Palma y muy principalmente a los obreros constructores de calzado, no hay necesidad de recordarlas aquí porque suponemos a todo el mundo enterado, solo diremos que la famosa Cocina económica instalada en la Lonja y algunas obras abiertas en el Cementerio, fueron medidas que hubo de tomar el Ayuntamiento para atenuarlas un poco, más en el sentido de evitar un desbordamiento de las muchedumbres trabajadoras que se apostaban frente al Municipio en actitud pacífica pero amenazadora si no les daban pan o trabajo, que era lo que pedían, que en el sentido humanitario de no dejarles perecer de hambre.

Una vez terminado el bloqueo y en poder de los Estados Unidos las Colonias de Cuba, Puerto-Rico y Filipinas, sus mercados empezaron a llenarse de calzado norte-americano, cuya competencia no pudo resistir el nuestro a excepción del calzado fino, que por virtud de la elevación de los cambios ha venido sosteniendo la lucha con aquel, sin poderlo derrotar. No obstante, empero, creemos que si nuestros fabricantes no introducen reformas en la industria, que hagan más intensa y más barata la producción de zapatos, la lucha se hará imposible no solamente en los mercados dichos y con el calzado fino, sino con todas las demás clases y en todos los demás mercados nuevos que se han conquistado y que se conquistaran.

La decadencia de nuestra industria de calzado no consiste, en nuestro entender, en la falta de mercados ni en la inhabilidad de sus obreros, pues en cuanto a perfección y hermosura el calzado balear puede luchar y lucha, triunfante, con el de todo el mundo. Los premios alcanzados en al Exposición de calzado, celebrada poco ha en Barcelona, por bastantes zapateros mallorquines, dan poderosa fuerza a lo que decimos.

Elebebe

(Continuará)

EL OBRERO BALEAR

Núm. 324, 9 de febrero de 1907

SU DECADENCIA

III

Por mercados no está nuestro calzado. Además del de Cuba y Puerto Rico que aún con la enorme baja que han sufrido los francos todavía se conservan para ciertas clases de primera de hombre, si bien la situación es en extremo apurada; de el interior de España y las Islas Canarias, que en una serie de ocho años han quedado reventados por las cuatro partes, debido al desconcierto y a una excesiva y mal entendida codicia de nuestros torpes fabricantes, el calzado mallorquín se vende hoy, hallando preferente aceptación sobre el extranjero, en igualdad de precios, en las principales capitales de Francia, Bélgica, Suiza, Méjico, Holanda y en algunos otros países.

Pero resulta que ninguno de esos mercados ofrecen condiciones de estabilidad para nuestra industria, todos descansan sobre una base falsa y por consiguiente, si no se busca un medio de consolidarlos, no tardarán mucho en desmoronarse y entonces vendrá lo que tenemos previsto: la ruina total y completa de la industria mallorquina de calzado de exportación. Y vale la pena de que esto se mire bien, de que el asunto se estudie a fondo, pues si llegase el caso dicho vendría acompañado de muy funestas consecuencias, que no se limitarían a los fabricantes y obreros que se dedican a la construcción de calzado, sino que se extenderían a otras industrias y oficios similares que guardan relación entre si con aquella y hasta las sentiría toda Mallorca. Por eso creemos es deber de todos los mallorquines procurar la salvación y el reflorecimiento de ramo tan importante de la producción y progreso de nuestra isla.

La lucha que en los mencionados países tiene entablada nuestro calzado contra el extranjero, a no dudar terminará por la victoria de este; y sucederá así por las siguientes razones: En primer lugar el calzado contrincante del nuestro tiene la ventaja de ser fabricado, si no en su totalidad la inmensa mayoría, por medio de la maquinaria, por cuyo motivo el trabajo resulta, además de más intenso y por consiguiente más barato que el nuestro, en condiciones de igualdad en su perfección y solidez, todo el calzado guarda un mismo orden en su construcción. Además de esto el calzado extranjero está exento de los derechos de aduanas, puesto que se vende en el mismo país donde es fabricado, y el nuestro tiene que pagar dos pesetas por cada par que entra en Francia. No debe olvidarse tampoco que en España no existe fabricación de pieles de primera clase, (por ejemplo las dóngolas y hoscarias, que son las que en mayor cantidad se consumen), y nuestros fabricantes de calzado tienen que proveerse de ellas precisamente en los países extranjeros que nos son competidores, dando por resultado que después de haber pagado los gastos de transporte y de introducción a España de dichos géneros, el corte de piel de dóngola cuesta al industrial mallorquín unos siete reales más que al industrial norte-americano; después de esta desproporción en los gastos de material existe otra a favor de éste en los gastos de aduana para introducir el calzado en Cuba.

Pues bien; añadiendo a todo esto que el precio de la suela en una serie de doce años ha subido en un 50 por 100, debido sin duda al crecido impuesto sobre los cueros extranjeros, hemos de ver claramente que la lucha que sostiene el calzado mallorquín resulta muy difícil de aguantar y que, por tanto, la industria está que tambalea, su vida es ya escasa.

Pero ¿cómo ha podido siquiera tener principio esa competencia que hace el calzado mallorquín al extranjero, la cual viene sosteniendo todavía, si las condiciones de lucha son tan desiguales, si las enormes ventajas expuestas a favor de éste último resultan desventajas para el primero? ¿Por qué si aún en lucha tan desigual, sostenida por espacio de unos ocho o nueve años nuestro calzado no ha podido ser derrotado, ha de serlo de hoy en adelante?

A estas preguntas, que seguramente se les habrá ocurrido hacer a cuantos hayamos merecido la atención de leernos, la contestaremos en el artículo próximo, y su hay lugar empezaremos a explanar (del modo que nos sea más fácil, naturalmente) un nuevo sistema de elaborar el calzado, basado en la división del trabajo a jornal, único medio que consideramos eficaz para sacar la industria de la apurada situación en que se halla y hacer más racional la vida del zapatero mallorquín.

Elebebe

(Continuará)

EL OBRERO BALEAR

Núm. 325, 16 de febrero de 1907

SU DECADENCIA

IV

En nuestro último artículo creemos haber demostrado que el calzado extranjero ocupa posiciones mucho más ventajosas que el nuestro en la empeñada lucha de mercado que ambos sostienen. Sin temor a que nuestros cálculos pequen de exagerados, nos atrevemos asegurar que dichas ventajas suponen una diferencia pecuniaria a favor de aquel de unas tres pesetas, por lo menos, por cada par de zapatos.

Y sin embargo de esto nuestro calzado no se vende i se ha vendido nunca más caro que su rival, sino al contrario, para cobrar nombre y parroquia, en el principio de la lucha ha tenido que ofrecerse a más barato precio, cosa que pasa con todos los productos nuevos cuando entran en competencia con otros de su misma clase. Y aquí está el gran misterio, - aquí está lo incomprensible para aquellos que desconocen la base sobre la cual muerte nuestra industria de calzado, aquí está lo increíble para los que no han estudiado el problema de su decadencia más que por su superficie, para los que solo ven el peligro cuando se cierra un taller o cunado nos hallamos en períodos de aguada crisis de trabajo; luego, cuando vuelve a renacer el trabajo, cuando la industria vuelve a recobrar su aparente marcha normal, que los zapateros ya tienen trabajo suficiente para realizar jornadas de 16, 18 y 20 horas, entonces todo el mundo exclama: “Ha desaparecido el peligro, hay más trabajo del que se quiere, el fabricante tal no puede atender a los pedidos etc.”

¡Infelices los que así discurren de buena fe!

A nuestra industria de calzado le pasa lo que a un atacado de tuberculosis de estos que la enfermedad les dura una porción de años y que, debido a diversas causas, tan pronto está rendido en la cama, con un exceso de fiebre y fatiga que parece no ha de vivir hasta el día siguiente, como le vemos andar por la calle y hasta trabajar como cualquier otro que no padece afección alguna. Pero no por eso de estar enfermo, no por eso se ha desecho la tisis que continúa torturando su cuerpo y sacrificándole la vida poco a poco de un modo lento hasta llevarle a la sepultura. Este es el resultado final de la tisis.

Las variaciones que se observan en nuestra industria son las variaciones de una enfermedad parecida a la tisis, que le corroe las entrañas paulatinamente y acabará, (si no se la medica bien), por sepultarla.

Pero así como la tuberculosis es producida por unos animalitos conocidos con el nombre de microbios y que ahora se les llama bacilos de Kock, por haberlos descubierto el doctor de este nombre, a la enfermedad de nuestra industria de calzado la han originado otros microbios cuyo nombre solo es conocido y usado por los socialistas: se llaman egoísmo capitalista, imbecilidad burguesa y torpeza industrial.

Y ahora entremos a desenvolver el misterio de que hablábamos antes, a contestar las preguntas de nuestro anterior artículo.

Para vencer las grandes dificultades que se oponían a nuestro calzado, para poder entrar en competencia con el del extranjero, a nuestros fabricantes se les ocurrió poner en práctica el siguiente sistema de adelanto industrial:

Primeramente pensaron: “para poder vender nuestros productos en Francia, por ejemplo, a igual precio que los fabricantes franceses, es necesario ahorrar tres pesetas de gastos en cada par por lo menos; pues las dos pesetas que cuesta de aduanas, el gasto de transporte, la desproporción en la compra de los materiales y la ventaja que obtienen los industriales franceses por medio de la fabricación del calzado a máquina, importa un diferencia de más de las tres pesetas dichas ¿cómo arreglamos pues para borrar esa enorme desigualdad? ¿de qué medio nos valdremos para que nuestro calzado introducido en Francia nos resulta tan barato o más que a los fabricantes de aquel país? Y en seguida se pusieron a hacer cálculos sobre el comportamiento borreguil de sus obreros y obreras empezaron a medir el alcance de su resignación y mansedumbre y vieron que no tenía límites; comprendieron que dándoles el trabajo a domicilio era el mejor medio para extraerles el máximum de fuerza-trabajo con el mínimum de coste de la misma y que, además, se ahorraban el gasto de local para taller y el alumbrado para la vela, como también los gastos menores del zapato, domo por ejemplo el hilo, la cera, los clavos, cerote, almidón, etc.

Discurriendo de este modo creyeron haber resuelto el problema, salvando la industria de la sacudida que sufrió con motivo de la pérdida de las Colonias. Y dicho y hecho, enseguida pusieron en práctica la nueva idea.

Para que esta les diera el resultado apetecido era necesario rebajar el precio de la mano de obra de manera que el obrero se viera obligado a realizar dos jornadas cada día para poder alcanzar el salario de una sola, y así sucedió y sigue sucediendo. Jornadas de 14, 15, 16 y hasta 18 horas de trabajo diario bajo un desarrollo de energías sin freno, son moneda corriente entre los zapateros mallorquines; y el resultado de tanto trabajo, después de haber descontado los gastos de alumbrado y demás que hemos mencionado, es un salario que no pasa de 2 pesetas a nueve reales para la generalidad.

Si se tiene en cuenta que el zapatero francés no trabaja más de unas 9 o 10 horas diarias y que su salario medio, los mismo si trabaja a destajo que a jornal resulta ser de catorce a quince reales, se deducirá la siguiente consecuencia: que nuestros fabricantes obtienen dos jornadas de trabajo por 2 pesetas, mientras que los fabricantes franceses pagan 3’50 pesetas por una jornada sola, por donde resulta que los primeros obtienen un beneficio sobres sus trabajadores de 3 pesetas más cada día que los últimos. A esa cantidad hay que añadir el beneficio, que no es poco, que se saca de las guarnecedoras mallorquinas sobre las francesas; y si además de esto se tiene presente que nuestros fabricantes cobran el valor de sus productos en francos, que aún estando bajos los cambios se obtienen un par de reales por par, se verá claramente como ha podido tener principio y sostenerse hasta nuestros días la lucha del calzado mallorquín contra el francés.

Lo mismo que hemos dicho del calzado francés podríamos decirlo del norteamericano, del belga, etc., pues las circunstancias son casi exactamente las mismas.

Y ahora ya está descubierto el misterio, ya sabemos que aquellas ventajas que favorecían al calzado extranjero en el mercado de la competencia, el nuestro las pudo vencer ¡¡gracias a que nuestros zapateros tienen la santísima paciencia de dejarse explotar tres veces más que los zapateros de los otros países!!

Antes de entrar a otro punto creemos necesario contestar a algunas objeciones que sobre algunas de las afirmaciones hechas seguramente nos harán los fabricantes maliciosos o algunos infelices obreros del mismo ramo (nos preciamos de conocer el alcance de sus prejuicios intelectuales y por eso nos ponemos en guardia).

En contra de lo afirmado aquí puede muy bien que alguien diga que no todos los fabricantes han eliminado sus obreros de trabajar en el taller, que les hayan obligado a confeccionar el calzado en sus propios domicilios; y es seguro también que se nos objetará, (sin que nosotros oigamos la voz ni la veamos estampada seriamente en ningún periódico, por supuesto), que hay zapateros que ganan cuatro y cinco duros cada semana. A lo primero adelantamos la respuesta que sigue: es verdad que todavía hay algunos talleres en conservación, pero los obreros trabajan en ellos una hornada de día y se llevan trabajo para realizar otra de noche en su casa, pues los llamados galls cantan hasta las once o las doce y vuelven a repetir la canción a las cuatro de la madrugada; y en cuanto a lo segundo diremos: que el que emborrona estas cuartillas conoced a uno que ganó diez duros en una sola semana, pero eran él, un hijo suyo muy ligero en el coser y su mujer que también cosía y calvaba tacones, ambos tres empezaban el trabajo a las cuatro de la mañana todos los días y los terminaban a las diez de la noche, es decir, entre los tres realizaban seis jornadas de trabajo cada día, que multiplicadas por los seis días de la semana resultan treinta y seis jornadas de trabajo que, hecho el reparto entre las mismas de las 50 pesetas, descontando 5 de los gastos de alumbrado, hilo, clavos, carbón, etc., toca a 1’25 pesetas por jornada.

(El sueño y el espacio de este semanario nos hace rendir armas)

(Continuará)

Elebebe

EL OBRERO BALEAR

Núm. 327, 2 de marzo de 1907

SU DECADENCIA

V

Acabamos de ver el principio de competencia del calzado mallorquín contra el extranjero, (desde la pérdida de las Colonias), y la vida actual de la industria, tienen su base en el grado máximo de explotación que se ejerce sobre las obreras y obreros zapateros; y hemos visto también que ese máximum de explotación descansa en el trabajo a destajo realizado en los mismos domicilio de las trabajadoras y trabajadores dedicados a construir el calzado. Esta es la base única y fundamental en que se sostiene nuestra industria de calzado desde el año 1898; y esta es precisamente la base única y fundamental también de su estado de decadencia desde aquella fecha, y de su segura desaparición en no muy lejano día. Y es que nuestros fabricantes, con su torpeza en materias industriales y en su afán de salvar sus intereses, algún tanto en peligro con motivo de la dominación por los yankes de Cuva, Puerto Rico y Filipinas, tomaron el veneno por el remedio. Vamos a demostrarlo enseguida.

Aunque el espíritu de resignación y mansedumbre de nuestros zapateros traspase los límites de lo comparable, se ha ido apretando de tal modo el tornillo de la explotación sobre ellos que, por muy grande que sea su comportamiento de esclavos, ya no es posible soportarla, ha pasado de los límites del humano poder. Trabajar todo el día y casi toda la noche a toda velocidad como ellos lo hacen, sin más medios de reparar el desgaste que esto supone de sus fuerzas físicas, que unas pocas horas de descanso y unos dos pesetas o nueve reales a los sumo que cobra del trabajo hecho, con cuya cantidad, además de él, tiene que alimentarse, vestirse y albergarse toda la familia si es casado, es una vida imposible de aguantar; y cuando a tal extremo llegan las cosas, cuando la subsistencia de la vida está amenazada del modo que lo está la de los zapateros mallorquines, solo quedan dos caminos a seguir: o resignarse a morir extenuado por el trabajo y el hambre, (y en este caso el concepto de la dignidad humana y el instinto de conservación, propio en todas las especies y en todos los seres, desparecen por completo), o buscarse un medio que les garantiza mejor existencia.

Pues bien; nuestros zapateros han hallado este medio en la emigración, y unos se dirigen a Buenos Aires, otros a Cuba, otros a Francia ete. En menos de año y medio han embarcado para dichos puntos un par de centenares entre Alaró y Palma y solamente en Marsella hay más de ciento cincuenta. ¡Y los que embarcarían si tuviesen medios para ello! Desde ahora aseguramos que si el vapor más grande de la Compañía “Pinillos” viniera al puerto de Palma a ofrecerse gratis a llevar gente a los países mencionados, se llenaría de zapaeros hasta la cubierta.

Y esta deserción de Mallorca de los obreros del ramo de zapatería, que es hija del malestar a que los ha llevado el sistema del trabajo a destajo y a domicilio impuestos por los fabricantes, con el fin de extraerles el máximum de fuerza-trabajo, ha de influir mucho en la muerte total de la industria; pues como dijimos en nuestro primer artículo, suele suceder que los que emigran son los mejores oficiales, por la razón de que los más ineptos son generalmente los más sumisos y además no se ven capaces de ganarse la vida en ninguna parte, y como resulta que en los países donde emigran es precisamente donde nuestro calzado está en lucha, he aquí que se conviertan en los más terribles enemigos de este, pues su habilidad y destreza en el trabajo vienen a ser armas poderosas de las que se aprovechan los fabricantes extranjeros para clavarlas en el corazón de nuestra industria, desacreditándola y quitándole los mejores elementos de producción, cuyo vacío nunca podrán llegar nuestros fabricantes.

Por otra parte. El zapato es un producto en el que se pueden esconder muchas falsificaciones sin que sea fácil descubrirlas hasta los mismos industriales, como no sea deshaciendo la bota; y si se tiene en cuenta que el trabajo a destajo y a domicilio ha eximido al oficial zapatero de la vigilancia del patrono, sustituyendo a este el vigilante hambre, se comprenderá que las imposiciones  de esta obligan a aquel a confeccionar el calzado del modo más sencillo y abreviado, falsificando todo lo que es falsificable. Y es que su capataz, (entiéndase el hambre), que siempre está presente en él, le dice: “Si para librarle de mis azotes necesitas ganar 3 pesetas cada día, gánalas, de una manera o de otra, gánalas, de lo contrario seré muy duro contigo”. “Que precio que al precio que te pagan el trabajo no puedes ganarlas aún trabajando casi todas las veinticuatro horas del día, pues alarga el punto de las emplantilladas (jucosalá), escatima el hilo y los clavos, no des tantos martillazos a la suela, emplea la tinta de Alcover y la tendrás barata y ahorrarás trabajo, no te entretengas en dar tanto lustre, y sobre todo, no te descuides de ahorrar toda la suela que puedas aún que para ello tengas que llenar de cartón el zapato.

Y en efecto, así sucede generalmente. La ausencia del patrono del trabajo y la necesidad apremiante del trabajador de ganar lo indispensable para vivir, induce a éste a trabajar sin conciencia ni escrúpulos, a obedecer ciegamente la voz de sus necesidades.

Las consecuencias que de esto se derivan para la industria, por su gravedad saltan a la vista de todo el mundo: el descrédito y la muerte.

-         Tal es el fatal resultado a que conduce el inmoral y rutinario sistema del trabajo a destajo y a domicilio para la confección del calzado mallorquín.

Y aquí terminaos, por no fastidiar más a nuestros lectores, de hablar de la decadencia de dicha industria. En el próximo artículo nos ocuparemos de su reflorecimiento.

Elebebe

EL OBRERO BALEAR

Núm. 328, 9 de marzo de 1907

 

fideus/