1924 – LAS COSAS EN SU LUGAR

He leído con deleite y con pena la crónica publicada en EL OBRERO BALEAR, cuyo título es: Los sindicalistas y la unificación del proletariado palmesano” Obedece el deleite a la discreción, a la gallardía y a la enteresa con que en ella se responde a insinuaciones o dimes u diretes del elemento obrero sindicalista, que pretende, al parecer, dictar sus puntos de vista para integrarse a la Casa del Pueblo. Siento la pena porque este hecho, como tantos otros, prueban de manera acabada que no es precisamente la sensatez la que informa la conducta de determinado sector proletario y aún porque adivino que no es el mejor deseo el que decide a tal pretensión.

Ningún hombre de recto espíritu podrá oponerse ni aún en intento a que el elemento obrero se funda, se inteligencie, se armonize en una fuerza positiva que de a su organización la consistencia y el prestigio necesarios para reivindicar derechos legítimos y defender conquistas logradas. Todos los militantes de buena fe (y cuanto más conscientes más) sienten como ansia suprema este deseo.  Pero las lecciones de la experiencia, más elocuentes que todas las palabras, nos dicen con voz amarga que la división obrera, el destrizamieno de sus organizaciones, (que pudieran haber alcanzado al presente una fuerza incontestable), se produjo a cuenta de una modalidad dogmática de táctica de acción directa y de otra modalidad de proceder en que la calumnia y el insulto sembraron y fecundaron los odios para hacer imposible por mucho tiempo las santas armonías que sólo nacen de la recíproca comprensión y de los latidos generosos del amor.

Indudablemente constituye un deber moral y aún lo aconseja una norma de interés y buen sentido, que los brazos del obrero están siempre abiertos en ansias de perdonar extravíos y de recibir fraternalmente entre ellos a quines por educación o juveniles entusiasmos fueron más allá de donde señalaba la sensatez. Toda idealidad, toda creencia noblemente sentida, es acreedora de respetos que no excluyen la digna impugnación. Dadme personas de buena fe, y aunque en sus frentes ardan las luminarias de idealidades contrapuestas y n sus corazones palpiten pasiones desbordantes al servicio de la respectiva idealidad, siempre habrá un punto de contacto, un nexo fecundo de respeto y amor a la verdad que hará, a la postre, que cada una ceda un poco, desechando la parte de error que hay en todo lo absoluto apreciado humanamente y que confluyan al finque por caminos distintos persiguieron.

Pero si falta la buena fe y brilla el respeto por su ausencia; si con artes jesuíticas por la doblez, y despóticas por la soberbia, se pretende sojuzgar o engañar para ejercer dominio, un legítimo deber de defensa (el más legítimo u sagrado de todos) exige que a ello se responda con entereza y que se demanden garantías completas para entrar en trato y relación.

¿Se va de buena fe, teniendo como finalidad suprema la fusión de los elementos proletarios en una organización que responda a las necesidades del momento histórico? Bendita sea la hora en que se concibió la idea y más bendita todavía la hora en que pueda realizarse?

¿Impulsan a ello otras consideraciones de intromisión, de intriga, de personalismos, de hegemonía para adueñarse arteramente del movimiento proletario e imprimir o imponer tácticas que no quieren aceptar la mayoría, por los enormes fracasos a que condujeron? En tal caso no puede responderse sino con el desprecio más profundo y con la amargura más intensa, ya que de esa siembra de vilezas no podría salir sino una mayor desorientación y un debilitamiento más intenso de las organizaciones obreras de resistencia.

Por lo demás, sobre planos de buen deseo son solo posibles las integraciones y a condición de que de manera absolutamente democrática decidan las colectividades las normas que quieren darse.

Los brazos abiertos en generosa espera, abierto el corazón también a la fraternidad, es la postura que conviene y debe seguir en todo caso el obrero consciente; que solo a este precio, solo mediante esa suprema y sugestiva fuerza de amor podrá un día redimirse el mundo; más si la insidia o la doblez asomasen su cara cínica y desvergonzada, los brazos abiertos deben levantarse con el puño cerrado, no para hundir, que las almas nobles no recibieron la herencia de Caín, sino para defender como hombres lo que por hombres se ha sabido amar, es a saber; la emoción de la dignidad humana.

En el buen deseo, en la noble aspiración caben todas las integraciones, siempre constructivas; en los odios, en el engaño, en la soberbia no cabe nada grande ni nada fecundo.

Dejemos, pues, los odios y aprendamos a amar. Cuando sepamos llegar a eso conquistaremos el mundo y viviremos la vida, nuestra vida, que sólo puede ser tal amándolo todo y a todos.

Vicente Lacambra Serena

EL OBRERO BALEAR nº 1152

9 de mayo de 1924