Para lo que hay millones
La crisis de trabajo, una de las calamidades que
hoy más afligen al país, podría resolverse con
gran beneficio para éste si los gobernantes
tuvieran sentido y decisión: sentido que les
permitiera ver la urgencia de acometer obras de
utilidad pública; decisión para obtener los
recursos que esas obras reclaman.
Dos medios hay para contar con dichos recursos:
o recurrir a un empréstito de importancia o
efectuar la supresión de todo gasto inútil.
En Guerra, en Marina, en Gracias y Justicia, en
Obligaciones eclesiásticas u en otras partidas
del presupuesto podrían introducirse importantes
economías, que cabría aplicar a las obras de que
la nación está sumamente necesitada.
Pero nuestros gobernantes son incapaces de
apelar a ninguno de los dos medios citados. Para
hacer economías, para dar verdaderos hachazos en
el Presupuestos de gastos, fáltales arrestos.
Para emitir un empréstito de cuantía, con el fin
indicado, no tienen bríos.
Estos únicamente les acompañan cuando hay que
sacar al país millones para dárselos a unos
cuantos privilegiados, para correr locas
aventuras o para mantener guerras tan
desdichadas como las sostenidas en Cuba y
Filipinas.
Ante situaciones como la actual, ante una crisis
tan aguda y general como la presente, no se les
ocurre más a los hombres de la monarquía que
emplear, a lo sumo, unos cuantos millones en
obras que nada significan y nada resuelven y en
procurar entretener con engañosas promesas a los
que carecen de ocupación.
Y si estos los censuran por su indiferencia o
pasividad ante el magno conflicto, y si la
opinión pública los juzga severamente, por no
preocuparse cual debieran de los que, por
carecer de trabajo, pasan hambre, suelen
justificarse diciendo que no pueden disponer de
los millones que el remedio que tales
circunstancia exige.
Ese es el modo que tienen de expresarse.
No tienen millones para construir canales; no
tienen millones para tender vías férreas: no
tienen millones para edificar escuelas; ni para
reparar caminos; no para facilitar el cultivo de
tanta tierra como carece de él; ni para
higienizar poblaciones; ni para contribuir a la
creación de nuevas industrias; ni para realizar
tanta y tanta obra como España necesita.
Para nada de esto tienen millones.
Tiénenlos, en cambio, en proporción
considerable.
Para sepultarlos, a la vez que sepultan vidas,
en el territorio africano.
Para emplearlo en la adquisición de
ametralladoras, que de nada servirán al país.
Para adquirir explosivos, que no nos reportarán
ningún beneficio.
Para comprar submarinos, que carecerán de
aplicación.
En una palabra, para contar con un material de
guerra que, sobre ser innecesario en los
momentos actuales, contrasta con el pésimo
estado de nuestras fuerzas militares.
Para esto sí hay millones, y millones a
centenares.
Como los habría, igualmente, si hubiera que
favorecer a grandes Compañías, a Empresas
privilegiadas o a soberbios plutócratas.
Y cuando el país observa esto; cuando ve a los
gobernantes monárquicos dar tan equivocada
aplicación a los caudales públicos; cuando
contempla que, en tanto se prodigan éstos para
lo nocivo o lo estéril, se escatiman o se niegan
en absoluto para cuanto reclama con urgencia el
interés nacional, debe disponerse a producir el
cambio político que concluya con tan abominable
situación.
El régimen monárquico, sus hombres, no actúan
más que para hacer daño a la nación, y contra
ellos, y contra el régimen que defienden,.deben
alzarse todos los ciudadanos que amen a España y
que no sientan invadidos por un espíritu
suicida.
Cuando más tarde en verificarse este alzamiento
mayores serán los sufrimientos que aquejen al
país, y más agudos los dolores que a los
proletarios españoles atormenten.
Es urgente, urgentísimo, el cambio de régimen
político.
Núm. 736, 11 de marzo de 1916
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