La guerra de Marruecos

 

La manera de civilizar de los franceses es desastrosa, tal forma de proceder no puede ser aplaudida por las organizaciones obreras de la República, tanto el Partido Socialista como las Organizaciones de trabajadores, llámense sindicalistas, llámense de resistencia, no pasarán por semejante atropello sin patentizar la más enérgica protesta. Gobiernos que, para llevar la cultura a pueblos que se tienen por semisalvajes, principian por asesinar a cientos de mujeres y niños, ametrallando y haciendo prisioneros tanto a los que se hostilizan como a los que se muestran pasivos, por instruidos que sean, no merecen otro calificativo que el de bárbaros; pues es incorrecto el usar estos procedimientos en pleno siglos de las luces. Si los pretendientes civilizadores del Imperio en cuestión, pensasen en mejorar la educación de los marroquíes, los primero que hubiesen hecho al llegar a Fez, hubiera sido poner a raya al sultán con objeto de cortar los inicuos e inhumanos medios de que se vale éste para castigar a sus rebeldes. Prescindiendo de toda idea, tanto políticas como religiosas, ¿es admisible aceptar séanle cortadas las manos a seres racionales, haciéndoles introducir los muñones después en pez hirviendo, aunque aquellos se llamen moros? pues a pesar de conocer el Gobierno francés estas fechorías, consiente que sus tropas se pongan a la defensa de quien tal procede.

 

Los directores de Francis podrán cometer cuantos actos crean conveniente en Marruecos, pero sobre el pecado lleva la penitencia. Así como la han de costar a todos los que busquen aventuras en el territorio africano millones de francos y las vidas de miles de camaradas, no serán menos la guerra que hagan los que son enemigos de esta serie de injusticias.

 

También nuestras fuerzas, emulando a las del Estado vecino, avanzan hacia Tetuán. Y nuestros mangoneadores gobernantes siguen afirmando que se trata de un simple paseo militar, y llegaremos a otro Barranco del Lobo siendo un simple paseo militar.

 

Si a nosotros nos provocasen , justificado estaría ir a la guerra, aceptada como mal menor; pero si con nosotros nadie se mete. ¿A qué buscar lo que no se ha perdido? ¿necesitamos terreno? Millares de kilómetros esperan ansiosos el pico; los pueblos claman por vías de comunicación, centenares de minas faltas de explotación; los obreros emigran por falta de trabajo, y con todo esto, Canalejas nos cuela, por no desairar a unos cuantos plutócratas, a donde, regularmente, saldremos tan malparados como los yanquis, poquito a poco, sin duda, para que no sea tan fuerte el golpe.

 

Aún suponiendo que conquistáramos la mitad de África sin derramamiento de sangre, ¿qué ventajas le reportaría tal ganga a la clase trabajadora? ninguna: únicamente, lo que sacaríamos de este triunfo, unos cuantos galones más, aumento del presupuesto, como es consiguiente, y perder de vistas algunos frailucos –ahí me las den todas – que se marcharían a convertir o rapar herejes.

 

¡Ah! Por esto tienen los coronillas tanto interés por que haya guerra, pero, sin embargo, el fusil que lo coja otro; que ellos, para esta clase de asuntos, no reconocen más patria que la del Cielo.

 

Los Gobiernos francés y español harán cuantas maquinaciones estén a su alcance a favor de la guerra; pero los socialistas sabrán –en su día- corresponder con los burgueses promotores principales de la guerra y vengar la falta de orientación política de sus gobernantes.

 

EL OBRERO BALEAR

Núm. 481, 3 de junio  de 1911

 

 

fideus/