70º aniversario del estallido de la Guerra Civil
El revisionismo ataca
La literatura que hoy ha puesto el pasado al servicio de una causa
ha ganado espacios y puede irrumpir en el terreno de la política
JOSÉ MARÍA RIDAO |
La literatura revisionista sobre la Guerra Civil española, al igual que
la escrita en otros países sobre el colonialismo, el holocausto o la
colaboración, no pretende ampliar el conocimiento del pasado, sino
ponerlo al servicio de una causa. Las interpretaciones que defiende, por
lo general coincidentes con las de escritores que, como Pemán o Arrarás,
asumieron la tarea de legitimar la sublevación del 18 de julio, son
resultado de invertir el método que los historiadores observan en su
trabajo: en lugar de extraer las hipótesis de los datos disponibles,
ajustan los datos disponibles a las hipótesis. Ocultar, magnificar o
inferir hechos, cuando no inventarlos, confundiendo la verdad con la
verosimilitud, son los procedimientos que sustituyen, en esta
literatura, la búsqueda de fuentes y testimonios. El relato que surge
entonces dice poco del pasado y mucho de la actualidad, hasta el punto
de que es fácil reconocer su catálogo de intenciones. Desde poner en
entredicho el carácter democrático de la izquierda, entonces y ahora,
hasta justificar el golpe de Franco, intentando proteger a la parte de
la derecha de la transición que tuvo alguna participación en la
dictadura.
La literatura revisionista entra en conflicto, así, con otro fenómeno de
alcance internacional y del que también participa España: el culto a la
memoria. Al sugerir un relato del pasado que cuestiona la inocencia de
los vencidos en la Guerra Civil, el revisionismo responde a quienes
reclaman, desde el otro lado, un deber de memoria que estaría pendiente
en la sociedad española: aligerando la responsabilidad de los vencedores
en el origen del enfrentamiento, cuando no negándola, convierte la
rebelión de Franco en una acción necesaria y ejemplar. Partiendo de esta
afirmación, y construyendo hacia atrás una historia a medida, el
revisionismo se ve forzado entonces a cuestionar la República, a la que
considera una fachada democrática tras la que se ocultan los designios
autoritarios de los partidos que contribuyeron a su advenimiento. La
revolución de Asturias, por su parte, se convierte en la prueba de que
la izquierda, toda la izquierda e, incluso, todo el espectro
republicano, mantenían una lealtad condicional a la Constitución de
1931, dependiendo de si se encontraban en el Gobierno o en la oposición.
En cuanto a la Guerra Civil, la literatura revisionista adelanta su
comienzo a octubre de 1934, una tergiversación que permite
responsabilizar del conflicto a los partidos que apoyaron la
insurrección y, al mismo tiempo, presentar a Franco como defensor de la
República. Dentro de esta lógica, el 18 de julio aparece, por último,
como una nueva escaramuza de una guerra en marcha, y no como una
rebelión militar apoyada de inmediato por los Gobiernos de Italia y
Alemania.
Es más que probable que la literatura revisionista no logre imponer
nunca su peculiar interpretación de la historia, como tampoco será fácil
determinar cuándo los españoles habrán satisfecho ese deber de memoria
que ahora se les reclama. El riesgo que corre el país 70 años después de
que se iniciase la Guerra Civil es de otra naturaleza, y consiste en que
esta confrontación entre revisión y memoria, esta concepción militante
de la historia que pone el pasado al servicio de una causa, vaya ganando
cada vez más espacios sociales, hasta irrumpir en el terreno de la
política. No es verdad que los pueblos que olvidan su historia estén
condenados a repetirla, como decían unos, ni que el conocimiento del
pasado sea una garantía para el futuro, como dicen otros, expresando con
distintas palabras la misma idea. En realidad, la experiencia ha sido
siempre la contraria: sólo ebrios de historia militante, los ciudadanos
acaban por aceptar lo inaceptable.
EL PAÍS - España - 18-07-2006 |