70º aniversario del estallido de la Guerra Civil
Decisivo apoyo de los fascistas para el triunfo de los sublevados
La República pidió armas a Berlín. Hitler se decantó por Franco
ÁNGEL VIÑAS
El 18 de julio fue un semifracaso para los sublevados y un semitriunfo
para el Gobierno. Pronto se transformó en una guerra que duró tanto como
la mitad del segundo conflicto mundial. Abandonados a su suerte, los
rebeldes no hubieran podido imponerse. Las variables internacionales
cambiaron de forma radical la naturaleza y perspectivas del conflicto.
Franco recibió ultrarrápidamente apoyo material, político y diplomático
de las potencias fascistas. Las potencias democráticas se retrajeron. La
ayuda soviética, a partir de la mitad de octubre, puso a la República en
condiciones de resistir. Es una historia que no se ha documentado
todavía con el detenimiento que merece.
Los italianos sabían cuándo y cómo iba a producirse el golpe, como ha
argumentado Saz. España estaba cubierta por una densa trama de espías
fascistas, según han mostrado Canali, Heiberg y Ros Agudo. Los
británicos sospechaban lo que se venía encima y captaron los telegramas
que, desde Tánger, lo anunciaron a Roma. Por lo demás, los conspiradores
no se habían recatado de comunicarlo previamente a Londres, como ha
analizado Moradiellos. Un rumor del que se ha hecho eco Dorril apunta a
que uno de los ingleses que intervinieron en el alquiler del avión que
trasladó a Franco desde Canarias era agente del MI6. Los nazis y los
franceses no sospechaban nada. Los agentes de la Comintern en Madrid se
vieron sorprendidos, como han indicado Elorza y Bizcarrondo. También lo
fue el Comisariado del Pueblo para los Asuntos Exteriores (NKID).
Por orden estrictamente cronológico, la imbricación internacional
encierra sorpresas que no han aflorado aún en la historia convencional.
La República solicitó a Francia pequeños suministros de material de
guerra que, en principio, se declaró dispuesta a conceder. También apeló
al Reino Unido en demanda de petróleo para la flota. Londres se esquivó.
Veloces como el rayo, los soviéticos estuvieron dispuestos a hacerlos,
según ha demostrado Rybalkin. La República solicitó, en consecuencia,
armas a Moscú. También lo hizo a Berlín. A diferencia de lo que subyace
a los sesgados argumentos de Radosh y su equipo, la interacción de estas
variables fue compleja. Bajo presión británica, los franceses se echaron
para atrás. Hitler se decantó por Franco el 25 de julio. Mussolini lo
hizo pocos días más tarde, sabiendo que Moscú dudaba.
La ayuda de los dictadores fascistas salvó a Franco. Los aviones
suministrados por Francia en los primeros días de agosto no estaban
listos para entrar en combate. No disponían de armamento y necesitaban
gasolina tetraetilada, que no existía en España. Mientras tanto, los
aviones alemanes cruzaban ya el Estrecho y, con los italianos,
apuntalaron los focos de la rebelión en Andalucía. La no intervención
aplicada por París y Londres incluso antes de que recibiera un apoyo
general en Europa cerró a la República la posibilidad de acudir a
arsenales estatales, con la relevante excepción de México. A finales de
agosto Franco recibía suministros abundantes y regulares que los
británicos seguían al minuto. No tardó en hacer las necesarias
genuflexiones a los amigos italianos y pronto les prometió alinear la
política española según el modelo fascista.
¿Y la Unión Soviética, qué? No sabía demasiado bien lo que ocurría en
España. El primer informe de situación que elaboró el Servicio de
Inteligencia Militar (GRU) data del 7 de agosto. Ni él ni los que se
sucedieron pintaron un cuadro demasiado favorable. Cuando se les compara
con los que compilaban los servicios de inteligencia británicos su
parvedad es obvia. Stalin apuntó hacia un deslizamiento que controló
férreamente al compás del deterioro de la situación militar, la
importante ayuda nazi-fascista y la retracción de las democracias. Sólo
a principios de septiembre empezó a orientarse hacia suministros
militares. A mitad se decidió la formación de lo que serían las Brigadas
Internacionales. A finales dio su propio paso al frente. En contraste
con las especulaciones de Beevor, lo hizo sabiendo dónde se metía. Las
variables internacionales (estratégicas, políticas y económicas),
prejuicios muy enraizados y percepciones muy diferentes sobre lo que
estaba en juego determinaron la dinámica de una gran parte de la
evolución militar desde el comienzo hasta el final de forma
consistentemente negativa para la República.
EL PAÍS - España - 18-07-2006 |