Para los
intelectuales comunistas europeos, el tiempo de los frentes
populares supuso una fugaz edad de oro en su historia. Después de
casi dos décadas de "sectarismo" y de "clase contra clase", los
partidos comunistas encontraron la fórmula para ganar la adhesión de
las más diversas capas sociales en la doble tarea de defender la
democracia frente a los fascismos y de sentar las bases de la
utopía. "La estrategia de Frente Popular entonces adoptada",
escribió Eric J. Hobsbawm, "era algo más que una táctica defensiva
temporal, o incluso una estrategia para eventualmente convertir la
retirada en ofensiva. Era también una estrategia cuidadosamente
pensada para el avance hacia el socialismo". Tan positiva imagen ha
sido puesta en cuestión por la historiografía crítica del comunismo,
que vio en los frentes populares una consigna al servicio de Stalin.
En El pasado de una ilusión, François Furet hizo notar su utilidad
como plataforma política para el líder soviético: "El nuevo periodo
que se abre en 1934 le ofrece un slogan popular y un espacio
político gracias a los cuales instala en toda Europa un vasto
aparato de subversión revolucionaria, devoto a él por entero".
A los 70 años de la
victoria electoral del Frente Popular en España, el debate sigue
vivo y, sobre todo, se desarrolla hoy por hoy en términos acerados,
sometido a las exigencias de la actualidad política. Estamos ante un
intento, muy rentable en términos de mercado, de recuperar los
tópicos y la demonización del Frente Popular que en su tiempo
fabricaron las plumas del franquismo. La única novedad en el método
de tales escritos consiste en que para fundamentar sus versiones
maniqueas, obsesivas en la condena de la izquierda republicana, en
cuanto generadora del mal o del caos -el golpe inevitable-, consiste
en servirse de las investigaciones ajenas para así presentarse con
un mínimo barniz de rigor. La línea argumental es clara: la
República resultó un museo de horrores y errores que culminó en la
revolución de octubre de 1934, verdadero punto de partida de la
Guerra Civil. En consecuencia, la victoria del Frente Popular fue
fraudulenta y antidemocrática, poniendo España a los pies de la
revolución. Para los panfletarios militantes, el blanco político del
relato, pensando en la actualidad, no es el PCE, sino el PSOE, y en
concreto el Gobierno de Rodríguez Zapatero, cuya política estaría
llevando España a un nuevo 36. El anticomunismo ya no vende; es la
hora del antisocialismo.
Ante semejante
panorama, de inspiración neofranquista, la imagen histórica del
Frente Popular presenta una complejidad que intentaremos resumir en
una serie de puntos.
Primero. Para
empezar, toda analogía es infundada. No hay comparación posible
entre la crisis política de los años treinta y los problemas del
presente. La crisis española de los años treinta no es un caso
aislado, sino una variante particularmente aguda de la crisis
política y económica general en la Europa que presiente la II Guerra
Mundial, de la cual la Guerra Civil española es un prólogo. Nada en
la Europa y en la España de hoy pertenece a ese pasado.
Segundo. El auge de
los fascismos, con Hitler en primer plano, un peligro demasiado
real, explica tanto el sentimiento generalizado de inseguridad en la
izquierda, como la convergencia de distintas dinámicas antifascistas
en la formación de los frentes populares. Allí donde hay una
sociabilidad política más densa, caso francés, surge la idea del
frente común, ya en 1933. En España es el peligro encarnado por la
CEDA de Gil-Robles, juzgado con razón o sin ella como el Dollfuss
español, lo que alienta entre republicanos y socialistas de centro,
ya en 1935, la idea de una coalición electoral de izquierda,
coincidiendo con la revisión que la amenaza hitleriana fuerza en la
estrategia comunista a partir de 1934, para garantizar la defensa de
la URSS: es la consigna de frentes populares proclamada en el VII
Congreso de la Internacional Comunista (1935).
Tercero. Las
exigencias derivadas de la política exterior de la URSS rigen tanto
la puesta en marcha de la política de frentes populares como las
peripecias de su aplicación. Ello no implica que en su formación y
desarrollo no cuenten los procesos nacionales. En Francia puede
hablarse incluso de un punto de encuentro entre las propuestas
unitarias del PC francés y las decisiones de la Internacional
Comunista, eso sí, siempre con la última palabra. También en España,
dirigentes como José Díaz o Pasionaria pedían cambios desde 1933, si
bien el papel de Moscú fue aquí determinante.
Cuarto. Dentro de
las limitaciones del contexto, la cohesión o la divergencia entre
los aliados marca el contenido y los resultados de las fórmulas de
alianza. En España, desde un principio, cada uno dio su propio
significado al frente popular: republicanos, socialistas de centro,
caballeristas, PCE. De ahí la debilidad orgánica del Frente Popular
y la aparición consiguiente de dos niveles de poder.
Quinto. Por sí
misma, dinámica unitaria no equivale a frente popular. El Frente
Popular supone coalición de organizaciones en el vértice, asentada
sobre una movilización unitaria en la base. A partir de 1935, los
impulsos hacia la unidad revisten otras fórmulas en España:
reunificación de la CNT, fusiones que generan el POUM y el PSUC. En
Cataluña, la propia denominación de front d'esquerres refleja esa
heterogeneidad. Último eco: mayo de 1937.
Sexto. El
frentepopulismo comunista es, por su propia naturaleza, bifronte.
Por una parte, implica un compromiso de los partidos comunistas con
la democracia. Por otra, esa alianza deviene instrumento para
alcanzar una hegemonía, a costa sobre todo de las organizaciones
socialistas, cuya lógica última consiste en la supresión del
pluralismo político. El frente popular lleva dentro el concepto de
bloque popular, y en su desarrollo posterior a 1945 tal orientación
estará en la génesis de las democracias populares.
Séptimo. Las
posibilidades del Frente Popular tropezaban con distintas clases de
obstáculos, y entre ellas el alto grado de violencia política en que
se desenvuelve la política en la Europa de los años treinta.
Recordemos la jornada del 6 de febrero de 1934 en París, así como el
sentimiento generalizado de que si Hitler y Dollfuss triunfaron, fue
por no haberles respondido a tiempo con sus mismas armas. Por lo que
concierne a España, la iniciativa falangista es clara, así como la
intensidad de las acciones de la izquierda en el mismo sentido.
Octavo. Ese clima
de violencia sirve de coartada para los defensores de la tesis del
golpe inevitable y prepara el terror que se impone desde el comienzo
de la Guerra Civil. Ahora bien, el golpe militar del 17 de julio no
es una respuesta a la violencia imperante, sino la expresión de una
voluntad de suprimir la democracia republicana y aniquilar a la
izquierda. Preparada en las conciencias de sus protagonistas con
anterioridad, la conspiración se desarrolla tras la victoria del
Frente Popular. El militarismo reaccionario no había esperado a la
insurrección de Octubre: agosto de 1932.
Noveno. Sobre el
incremento de agitación social que siguió a la victoria del Frente
Popular, se montó la idea de que éstos obraron para impedir una
revolución social. Bien al contrario, fue el golpe militar el que
desencadenó esa revolución social. En la primavera del 36 hubo
situaciones de doble poder, conflictos, agitación, ocupación de
tierras, pero ninguno de los posibles protagonistas de tal
revolución estaban dispuestos a ello. Ni un PSOE desgarrado, ni la
CNT, ni un PCE prorrepublicano.
Décimo. En
conclusión, el Frente Popular hizo posible la movilización de masas
que constituyó el núcleo de la resistencia al pronunciamiento de los
generales, a diferencia de Chile 1973, pero al mismo tiempo, su
falta de cohesión anunció desde muy pronto las dificultades para
articular un esfuerzo de guerra eficaz. La debilidad de las
estructuras de base en el Frente Popular, reducido a una coalición
en lo alto, impidió la formación de ese clima unitario para vencer a
un enemigo, el cual contaba con la decisiva ayuda exterior y era,
por su propia naturaleza militar, un bloque disciplinado.
Marta Bizcarrondo es catedrática de
Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid. |