La diáspora de los republicanos mallorquines

Memoria Civil, núm. 16, Baleares, 20 abril 1986

Llorenç Capellà

 

Ignasi Ferretjans amb Francesc Carreras i Bernat Jofre a una plaça de Barcelona durant la Guerra Civil

A partir del diecinueve de julio del treinta y seis, Mallorca se convirtió en una cárcel sin barrotes para la mayoría de los republicanos, y si bien en los primeros días del golpe de Estado fueron muchas las embarcaciones que lograron burlar la vigilancia militar y poner rumbo hacia Menorca, coincidiendo con el desembarco de Bayo en Punta Amer se reforzaron las guardias de costa y las penas con las que se castigó a los que fueron sorprendidos en su escapada adquirieron mayor rigor.

Ya en los primeros días de septiembre la huída, para concluir felizmente, tenía que estar perfectamente planificada y debía contarse con la colaboración de algún patrón de barca que, por lo usual, a cambio de alguna cantidad en metálico, accedía a transportar a los perseguidos hasta la mencionada Menorca o, a veces, hasta las costas africanas. Paralelamente a este negocio -llamémosle lícito- se organizaron una o varias sociedades con fines lucrativos, y que -una vez cobrada la cantidad convenida a los familiares de quienes iban a ser trasladados al otro lado del mar- no siempre cumplían su parte de contrato, ya que delataban a la parte contratante o hacían desaparecer para siempre a su cliente. En este último caso, si quienes habían pagado por la salvación de un familiar o de un amigo descubrían la estafa criminal, optaban por callarse ante la imposibilidad de ir a denunciarla a las autoridades, pues sabían que, en el mejor de los casos, serían acusados de auxilio a la rebelión. Y digo, en el mejor de los casos, porque corrían el riesgo de que la parte demandada, al conocer sus intenciones, se adelantara con sus métodos expeditivos a la acción judicial. De hecho son muchas las personas, pese a los cincuenta años transcurridos, que podrían aportar datos sobre estas actividades, pero, aún, permanecen atenazadas por el miedo. Sin embargo, todas las informaciones recogidas coinciden en colocar en la cúpula del negocio a dos ex-policías - que alcanzaron justa fama de represores y uno de los cuales fue hallado muerto en extrañas circunstancias años después- a un ex-clérigo y a un siniestro personaje, muy popular en la Palma de aquellos tiempos por ser homosexual, que en plena postguerra decidióse por emigrar a Argentina, deseoso de abandonar la sombra de Abel. La mayor parte de estos pactos sangrientos se sellaron en la barriada de Santa Catalina y fue en las barcas surtas en el Mollet en donde se cercenaron muchas esperanzas de libertad.

Por otra parte, quienes decidieron esconderse en la propia isla, a la espera de que el gobierno republicano sofocara el cuartelazo en unas pocas semanas, corrieron diferente fortuna, pero la mayoría de ellos fueron detenidos. En los pueblos, aquellos que bien por su cargo o por sus ideas intuyeron que iban a ser reprimidos, huyeron, en un principio, hacia las montañas o se refugiaron en las casetas de campo. Desde Pollença a Andratx, la  cordillera norte albergó a los huidos, pero ya he dicho, fueron cayendo en la trama policial, uno tras otro, como el higo maduro de la rama. Joan Riera, oficial telegrafista de la Generalitat, fue sorprendido junto con Damià Campins en "Ses Tosses del Verger" en Alaró, mientras manipulaba una emisora clandestina. Le asesinaron el veintiuno de septiembre en Son Puigdorfila, algunos días después de que hubieran dado el paseo a su compañero en el kilómetro tres de la carretera de Sóller. No corrieron mejor suerte Joan Pallicer Castell, Gabriel Calafell, Antoni Amengual y Joan Pellicer Estades. Los cuatro habían abandonado sus respectivas casas en Calvià y decidieron esconderse en Na Burguesa. Fueron delatados y Gabriel Calafell fue cazado a tiros, entre los matorrales. Los otros tres fueron sometidos a consejo de guerra y fusilados el viernes veintinueve de octubre, en el cementerio de Palma. Otros, sin embargo, consiguieron burlar a sus perseguidores como el comunista Guillem Gayà, perdido temporalmente por Na Burguesa y Sa Creu Vermella, después de haberse liberado de dos intentos de fusilamiento. Aún así, la soledad de la montaña y la inquietud que despertaba entre los huidos la falta de noticias sobre el desarrollo de los acontecimientos, actuó con la misma eficiencia que las bandas fascistas, pus erosionó el equilibrio emocional de más de uno. Tal es el caso del carabinero Fausto Fito, que se había refugiado en las montañas que bordean Andratx junto con su compañero Cabrera. Ambos vagaron días, tal vez semanas, por los entornos del pueblo, sin atreverse a entrar en él. Finalmente Cabrera se decidió. Fito en cambio, ya llevaba varios días ensimismado, indiferente a todo, y optó por el suicidio. Una patrulla de reconocimiento halló su fusil al lado de un profundo barranco, por el que las gentes de la comarca solían despeñar las cabalgaduras enfermas. Presumiblemente allí debieron calcinarse los huesos de Fausto Fito.

La diáspora por los campos de Mallorca

A cielo raso se detenía fácilmente a la gente y la diáspora republicana por los campos de Mallorca fue controlada en unas pocas semanas, bien porque los fugitivos iban siendo detenidos uno tras otro, o bien porque ellos mismos se apercibían de la precariedad de su refugio y optaban por buscarse un cobijo más seguro. En las casas de pueblo, el grosor de los muros permitió que se levantaran paredes falsas, al tiempo que se habilitaban oquedades en las cisternas o se oradaba el suelo en las pocilgas y en los establos. Sólo la delación hizo posible que las milicias de Falange capturaran hombres a los que ya se les consideraba en ignorado paradero. es el caso de Joan Mas Verd que no fue hallado en ninguno de los innumerables registros que se practicaron en su casa u le hubieran dado por desaparecido de no mediar la delación de una vecina. O el del alcalde de Manacor, Antoni Amer, a quien, en casa de su prima Aina Ferrana, le habían habilitado un zulo cuya entrada coincidía con las dimensiones de un brasero. Posiblemente no le hubieran localizado de no haberle sorprendido, una noche, en que, confidado, había abandonado momentáneamente su refugio. Tanto a él como a Joan Mas, les asesinaron.

De hecho padecieron el mismo trágico destino de la mayoría. Como lo padecieron Pere Joan Massanet y Pere Estelrich, ambos también de Manacor. Refugiados primeramente en las tierras de Son Pereandreu, emigraron hasta Ses Planes de San Llorenç. Vagaron por los entornos, siempre buscando un refugio más seguro, hasta que Pere Estelrich fue cazado a balazos en Es Rafalet. Pere Joan Massanet tuvo más suerte y consiguió refugiarse en su casa, en la calle de la Pau de Manacor. Luego le delató un inoportuno ataque de tos. Alguién le oyó toser y avisó a las miclicias ciudadans, que le sorprendieron cuando su esposa estaba ausente.

Escondidos en Palma

Mallorca, por unos años, se convirtió en un enorme cárcel y los perseguidos tuvieron que aguzar la astucia para eludir el paciente cerco de sus perseguidores. En la Part Forana se produjo primeramente la diáspora republicana. Luego, se construyeron refugios en los propios hogares de los perseguidos aprovechando el grosor de las paredes y el hecho de que, además, eran construcciones unifamiliares que solían levantarse sobre un solar relativamente espacioso. Sin embargo, en Palma, no era posible habilitar escondrijos en los pisos y sólo tengo noticias del de la familia Matas, que estaba situado en una de las dependencias de la que hoy es la sede comercial de la empresa publicitaria que lleva este nombre. Aún así, los miembros masculinos de la familia sólo la usaron temporalmente, pues huyeron en barca hacia las costas italianas. En Palma los refugiados procuraban cambiar frecuentemente de refugio usando pisos de amigos o de conocidos de estos amigos, a fin de que la relación familiar o de amistad fuera mínima y así dificultara las pesquisas de sus perseguidores, tal es el caso de Ignasi Ferretjan. O el del también sindicalista Rafael Rigo. O el del ya mencionado comunista Guillem Gayà, después de haberse librado del fusilamiento, huyendo a campo través por los terrenos del actual Son Dureta, silueteado por las balas. Su compañero de fusilamiento - Miquel Montserrat, alias "Set", de Llucmajor- no tuvo ni su suerte ni su agilidad, y, quedó tendido, sin vida, cerca de Sa Taulera, en Génova. Gayà pudo salvarse y después de mil y una percipecias logró esconderse en diversas viviendas, en una de las cuales -un piso en las Ramblas- presenció, semiescondido tras una ventana, es desfile del ejército nacional encabezado por un Conde Rossi, a caballo, en el cénit de su fama, una vez que Bayo abandonara su proyectada invasión.

Gayà pudo sobrevivir a las heridas, a las persecuciones. Sin embargo la mayoría no lo conseguían. Un día u otro eran delatados por algún vecino que había oído toser en un piso deshabitado. O simplemente le había llamado la atención el roce de unos pasos. Los acusicas estaban de moda. ¿Quién era aquel inesperado vecino, que asomaba furtivamente al balcón cuando oscurecía? A Pilar Sánchez la descubrieron tomando el sol en el corral de la casa de Joan Real, el vigilante nocturno de S'Hostalet- A ambos les dieron el paseo, Pilar era una "placera"de sangre ardiente y, en las últimas elecciones celebradas antes del golpe de Estado, rompió la urna de la oficina electoral situada en la calle Beatriz de Pinós, porque la descubrieron cuando pretendía usurpar el voto de una mujer, fallecida meses antes. Todos los indicios parecen señalar que sus matadores tuvieron que atarse fuertemente los machos para ajusticiarla, pero al fin la remataron, parece ser, en el cementerio de Sancelles. De hecho, los asesinos, jugaban las cartas marcadas. No tenían prisa. Disponían de todo el tiempo del mundo para culminar su obra.

Una obra, todo hay que decirlo, que sólo merecía parabienes siempre que sirviera para desmantelar las posiciones del enemigo, fuera donde fuera que se encontrase, aunque a veces la aparatosidad del asedio y del ataque excediera en mucho la porencia defensiva de los asediados. Tal es el caso de la caza y muerte del socialista Antoni Ribas que se escondió con otro hombre apodado "El Francés", en una casa de la calle de Santanyí. Estos dos hombres recibieron a tiros a la policía y a los cinco minutos las ventanas soportaban el fuego furioso de decenas de fusiles. Finalmente consiguieron hacerles salir a la calle mediante el lanzamiento de bombas de humo. Les acribillaron allí mismo, la mañanita del veintiocho de septiembre del treinta y seis.

Jaume Garcia Ignasi  Ferretjans Antoni Ribas Guillem Gayà

Jaume Garcia

Lo dicho: todos iban cayendo, aunque durante mucho tiempo les faltó una perla en el bonito collar de sangre que tanto escandalizaba a Bernanos pues el también socialista Jaume García, logró burlar el cerco de sus perseguidores hasta el último día del año treinta y ocho. Primeramente se escondió en un piso sito en la Porta de Sant Antoni, y luego trasladóse a una casa de S'Indioteria. Allí le detuvieron, por lo que merecieron plácemes y honores los guardias municipales Lorenzo Planas y Miguel Binimelis, el paisano Antonio Mas y un guardia civil apellidado Trobat, todos ellos obedeciendo órdenes de Miguel Cerdà que era, a la sazón, inspector jefe de la guardia urbana. No en vano, gracias a su buen hacer Jaume Garcia pudo ser fusilado en el cementerio de Palma, ocho meses después, el cuadro de agosto cuando la guerra, oficialmente, ya había terminado.

Sin embargo la represión continuaba en pie la esperanza de aquellos que, escondidos en sus zulos, suponían que una dictadura, en España. sólo podría durar el tiempo que se prolongase la efervescencia fascista en Europa.