En los
mismos inicios de la guerra civil española el
corresponsal norteamericano Jan Allen publicaba - el 28
de julio de 1936 - en el Chicago Tribune una
entrevista realizada en Marruecos al general golpista
Francisco Franco. En un momento determinado de la misma
el general afirmaba su voluntad de seguir adelante a
cualquier precio, a lo que Allen contestó afirmando “tendrá
que fusilar a media España” y, a reglón seguido,
Franco movió su cabeza, sonrió y luego, mirándole
fijamente, replicó: “Dije a cualquier precio”.
La
voluntad exterminadora del jefe de los golpistas se vio
culminada con creces. Al final de la trágica contienda,
la voluntad de los resistentes republicanos no fue otra
que evitar las represalias de los vencedores. Ninguna de
las facciones republicanas consiguió sus objetivos. Ni
los partidarios de la resistencia a ultranza encabezados
por Juan Negrín ni los que abogaron por una capitulación
vergonzosa consiguieron paliar la obsesión represora de
los sublevados que desencadenaron una vengativa gestión
de la victoria militar que perduró decenios. La
represión fue amplia, profunda y largamente ejecutada,
sin piedad. Los hechos son de sobra conocidos.
Hoy,
cuando todavía los cuerpos de muchos asesinados moran en
lugares desconocidos, en fosas comunes, muchos de ellos
aún sin identificar, víctimas de un largo olvido, en la
superficie siguen enseñoreándose del espacio público
monumentos dedicados a la memoria de los vencedores con
el objetivo de enaltecer sus gestas bélicas. Este es el
caso del monolito de Sa Feixina dedicado al crucero
Baleares.
La
actitud pusilánime del consistorio palmesano –
acompañada por un baile de informes de dudosa
imparcialidad-, nos muestra el temor –¿será el mismo de
siempre, el que acompañó al largo período de ignominia
franquista, que aún pervive entre el imaginario
colectivo? – que impide la ejecución de lo que la Ley de
la Memoria Historia impone: la eliminación del monumento
fascista de Sa Feixina.
No será
en esta cuestión en la que el sentimiento democrático de
la mayoría del consistorio palmesano haya brillando con
más fuerza, al contrario será el símbolo de la
vergonzosa persistencia de la sentencia atribuida a
Tito Livio : ¡Vae victis!
Palma, 1 de febrero, 2010
Pep Vílchez