Al ultimar su relato – Mi odisea, 1936-1943 - , Juan Matas Salas da cuenta del destino final del grupo de mallorquines que en agosto de 1939 partieron de la isla en una embarcación, huyendo de las represalias que los vencedores de la contienda infligían sobre los vencidos. El temor de los evadidos no era superficial ya que, en aquellas fechas, una vez finalizada la guerra civil, los pelotones de fusilamiento no habían dado todavía por acabada su criminal ejecutoria. Así, en la nochevieja de 1938 eran detenidos por un grupo de falangistas Gabriel Mas y Margarita Ripio, y con ellos el que fuera destacado dirigente del socialismo balear y último presidente republicano de la Diputación Provincial, Jaume García Obrador, recientemente nombrado hijo predilecto por el Consell de Mallorca.
Jaume García Obrador fue fusilado en el cementerio de Palma el 4 de agosto de 1939, meses después de acabada la contienda. Éste había logrado subsistir, durante tres largos años, en diversos escondites hasta ser acogido por el matrimonio con el que fue detenido y procesado en un consejo de Guerra celebrado en la Escuela de Artes y Oficios de Palma, el 10 de mayo de 1939. Los tres fueron acusados de auxilio a la rebelión. En Mi Odisea, Juan Matas nos narra cómo, en el mismo mes y año en que fue fusilado García Obrador, un grupo de nueve republicanos de orientación socialista, que al igual que éste habían conseguido ocultarse a lo largo de la guerra, decidieron abandonar la isla, de manera clandestina y con suerte desigual para sus protagonistas entre los que se encontraba el autor de la obra citada. Cuenta Joan Matas como el 19 de agosto de 1939 partieron, desde Camp de Mar, en una embarcación de pesca, con la ilusión de arribar a las costas argelinas. El trayecto sucedió con poca fortuna ya que, tras averiarse la nave, fueron recogidos por un buque italiano que les trasportó hasta el puerto de Civitavecchia y de allí fueron conducidos a la cárcel romana de Regina Coeli para ser posteriormente trasladados a la isla de Ventotene, finalizando su reclusión, en 1943, en trágicas circunstancias, en el campo de prisioneros de Renicci. En diciembre de este mismo año, tras la caída del régimen fascista de Mussolini, regresaban a Palma cuatro de los nueve integrantes de la fuga, habiendo acertado en huir, en momentos de desconcierto, de su reclusión en Renicci. Entre los que partieron de Mallorca, dos se quedaron en el camino. Uno, José Matas, fallecido de enfermedad tras la liberación aliada de parte de la península italiana, el otro, Jaume Rebassa, dejando su última pista en el campo de prisioneros de Renicci, en Anghiari, al restar en manos de los guardianes del campo. En 1956, Juan Matas volvió a Italia para indagar sobre el destino de Rebassa, bajo la suposición de que éste murió liquidado por los alemanes cuando se retiraron en 1944, arrasándolo todo, especialmente los campos de concentración. Tal suposición no estaba alejada de los hechos, ya que, en realidad, Jaume Rebassa, según los datos aportados recientemente por la historiadora Elena Rodríguez a los familiares del desaparecido dirigente socialista, tras pasar por diversas localizaciones – su nombre consta en el memorial de Flossenburg – finalizó su trágica trayectoria, en uno de los campos exteriores de Buchenwald, Dora cerca de Nordhausen. En este campo, los prisioneros tenían que realizar duros trabajos forzados en la construcción de unos túneles que se utilizarían para la producción armamentística. Allí falleció Rebassa el 24 de diciembre de 1943. Jaume Rebassa, de profesión zapatero, hombre de acusado bagaje intelectual, al igual que otros dirigentes obreros de formación autodidacta – Llorenç Bisbal, Ignasi Ferretjans o Jaume Garcia eran de extracción humilde – desarrolló un amplio protagonismo en los puestos de dirección del socialismo balear. Desde su tarea en la sociedad La Igualdad y en la Federación de las Sociedades Obreras, de las que fue secretario hasta asumir la secretaria de la Unión General de Trabajadores en 1926, llegando a formar parte, en abril de 1931, de la Comisión Gestora que se hizo cargo del Ayuntamiento de Palma al proclamarse la República siendo su última responsabilidad la de director del semanario socialista El Obrero Balear, en 1936. Hubo otros republicanos que intentaron la vía marítima como ruta de salvación ante el terror generalizado impuesto por los golpistas, algunos, como los integrantes de la expedición que partió de Porto Colom el 20 de julio de 1936 hacia Menorca -de la cual formaba parte el alcalde republicano de Felanitx, Pere Oliver Domenge-, consiguieron alcanzar sus objetivos y salvar la vida, mientras que otros, como fue el caso de Martí Vicens Bonjesús, aún consiguiendo arribar a las tierras seguras de la vecina isla, no consiguió escapar al acoso de los sublevados ya que fue capturado al ser interceptado el Ciudadela, navío que le portaba hacía Barcelona procedente de Maó, por el crucero Canarias siendo seguidamente trasladado a Mallorca donde fue fusilado el 21 de noviembre de 1936, nueve días después de su captura. No deja de ser paradójico que, aún hoy, después de tantos años, sepamos el destino de muchas víctimas – como nos muestra el caso de Jaume Rebassa - a través del esfuerzo particular de estudiosos e historiadores o de asociaciones para el rescate de la memoria, cuando en realidad debería tratarse de un deber inexcusable de las instituciones del Estado: saber de los seres humanos desaparecidos, así como dar cumplida sepultura a los fallecidos. Sin duda, el Estado democrático debería haber asegurado la localización de los desparecidos y el justo entierro en cementerios de los cadáveres esparcidos, en fosas comunes cuando no en las cunetas de los caminos, cumpliendo con un deber humanitario hacia los que, en definitiva, fueron, en su mayor parte, sus más fieles defensores. Jaume Rebassa quedará protegido por la memoria democrática que acusa a sus verdugos de la Alemaniza nazi de realizar crímenes contra la humanidad, pero su localización bien pudiera haber sido en cualquier otro lugar de la piel de toro ensangrentada o en cualquier paraje de nuestra isla. En este caso, sería víctima de un delito común, en aplicación de los peculiares criterios defendidos por el fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza, al presentar, ante el pleno de la Sala Penal, un recurso de apelación contra la decisión del juez Baltasar Garzón de iniciar un proceso a los máximos responsables del franquismo por un delito de crimen contra la humanidad. Lo que no debe dudarse es que, con independencia de las consideraciones formales que intentan justificar la renuncia del juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, a continuar con la causa abierta contra los máximos responsables del régimen del general Franco, el franquismo actuó de manera ignominiosa, persiguiendo a sus víctimas con ánimo de forzar su desaparición física y política, ejecutando una represión que por su magnitud sistemática, persistencia en el tiempo y extrema crueldad está indisolublemente amalgamada con la que realizaron quienes cometieron crímenes contra la humanidad. Palma, 20 de noviembre, 2008
|