Una de las frases más célebres que se atribuyen al ínclito Caudillo Francisco Franco, es aquella que reza algo así como haga usted como yo: no se meta en política. Efectivamente, en tiempos del generalísimo no había política. De hecho, en aquellos tiempos, no había ni izquierdas ni derechas. La derecha lo es en relación a la izquierda y viceversa y dado que en aquel Paraíso Terrenal todo era derecha, al no existir la izquierda la derecha perdía su sentido existencial y, políticamente, se esfumaba. No había política, no había políticos y todos, desde un mismo color, armónicamente, atenazaban los controles del Estado en todas sus vertientes y, plácidamente, los que podían, sin observadores, ordeñaban felizmente las arcas públicas. En los tiempos de la masiva despolitización, el interés por la política suponía la existencia de un cierto grado de conciencia política de la cual se deducía una actitud de interés altruista por la cosa pública y por las fórmulas de buen gobierno inexorablemente vinculadas a los derechos e intereses de la mayoría de la población. La participación política desinteresada, además, se ejercía ante la indiferencia de la inmensa área despolitizada que se desentendía de las actividades del Estado represor, autoritario, arbitrario y anti-democrático del cual formaba parte la nomenclatura de la dictadura franquista. Varias generaciones vivieron bajo este fenómeno que se alargó en el tiempo casi cuatro décadas y que ha lastrado la educación cívica de generaciones posteriores, no siendo extraño, pues, que sea desde los círculos más conservadores donde se manifiesta una frontal oposición a la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que tiene como objetivo primordial inculcar, desde el mundo docente, la cultura del civismo político y social a las nuevas generaciones. Por otra parte cabe subrayar la presencia en nuestra sociedad de una tradición ética y democrática vinculada a las generaciones que vivieron intensamente el anti-franquismo y la transición hacia la democracia y que hunde sus raíces en la tradición liberal y progresista cuyos postulados se encuentran en el espíritu de la Ilustración y especialmente reflejados en la constitución liberal gaditana de 1812 y culminados en los períodos republicanos verdaderos antecedentes de la actual democracia.. El transpaso de la dictadura a la democracia vino acompañado e incentivado por una amplia movilización por las libertades que se caracterizó por un ejercicio masivo de conciencia democrática que implicó a amplios sectores y que dejó su impronta positiva en nuestra sociedad. No en vano, en este país, se ha pasado estar en la cola en materia de derechos sociales y democráticos, a ser pionero en el desarrollo de nuevos derechos y de esos logros no está exenta la impronta proporcionada por el arraigo que posee en considerables sectores de la población la cultura democrática. Pero el pasado pesa de manera diversa y contradictoria. El desarrollo de la democracia trajo, con su asentamiento, la desactivación de los elementos de participación social y política y un cierto relajamiento de la tradición cívica y democrática. Y, en consecuencia, una nueva ola despolitizadora que algunos autores, como Manuel Vázquez Montalbán, denominaron, en la década de los ochenta del siglo pasado, el desencanto se fue abriendo paso paulatinamente en la metida que el PSOE se iba afianzando en las instituciones y se abría paso a una ola corrupta que arrastro al primer socialismo de la democracia acabando con buena parte de sus núcleos dirigentes que han dado paso a un segundo socialismo que se desarrolla alejándose de las prácticas irregulares cuyos últimos coletazos, tal vez, fueran los escándalos de la Comunidad de Madrid que facilitaron el paso a una presencia mayoritaria del Partido Popular en las instituciones madrileñas. Por su parte, la derecha popular ha desarrollado de manera ininterrumpida, sin cesura, una práctica adocenada de la política que le ha hecho derivar hacia un estado de latente descomposición en algunas comunidades que, como en el caso de Baleares, su poderío político se ha desplegado durante un largo lapso temporal. De tal manera que el poder y la derecha han ido formando un binomio que ha pesado durante décadas y que ha facilitado una patrimonialización de las instituciones y el surgimiento de la actividad política como fuente de lucro. En general, tras la Transición, hubo un fuerte retraimiento de la participación ciudadana y la labor política se mostró especialmente vinculada al ejercicio del poder institucional. El objetivo permanente y obsesivo en asumir cuotas de poder, en un marco desmovilizador y relajado, ha permitido que la función política siga desarrollando su elemento más perverso: la utilización del poder político para el enriquecimiento o el interés particular, lo que no deja de ser una forma más de delincuencia y un indicador de la presencia de una preocupante desestructuración moral ya que no tiene más finalidad que estafar al colectivo de ciudadanos. De hecho, gran parte de los políticos, especialmente entre la derecha, continúan siendo herederos directos de aquellos no-políticos del antiguo régimen. No creo, sinceramente, que la señora Ordinas o don Rodrigo den el perfil de político como tampoco lo dan muchos otros. Son la pura imagen de un amplio sector de la sociedad profundamente despolitizado y despreocupado de la cosa pública. No, que no se metan en política. Para meterse en política hace falta una vocación de servicio público. Y ellos no poseen esa intención, de hecho no saben ni quieren saber nada de política. Entonces, ¿con qué intención ocupan cargos políticos en las instituciones? ¿a cuento de qué son nombrados o presentados?. Muy probablemente la única respuesta se encuentre en los sumarios instruidos por los jueces en los casos de corrupción. Octubre 2008
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