Derivaciones de una réplica - Colectivismo y comunismo  

 

Por más repasos dados a nuestro artículo, Concisos razonamientos, no hemos podido encontrar en él los recalcos sin afirmación que el camarada Alejandro Jaume dice hacemos acerca de no separarnos de los comunistas otra cosa que la táctica y los procedimientos. Sólo hemos podido encontrar, entre otras afirmaciones contrarias en tal sentido, que no han quedado rebatidas en su réplica con la siguiente, que reproducimos como refutación a su aserto, completamente equivocado:

Nuestro socialismo –decíamos- que no es igual al de los comunistas, aunque se afirme lo contrario, es de una pureza libertaria sin limitaciones”, y esto se manifiesta opuestamente a todo lo que ha creído leer nuestro cultísimo contrincante.

No podemos estar de acuerdo en que los dos términos, comunismo y socialismo, sean considerados como sinónimos. No ya Marx, si que tampoco Guesde ni Deville ni ningún otro camarada, de relieve, han convenido en esa sinonimidad que el compañero Jaume dice se le reconoce. Ya hemos citado varios filósofos y escritores socialistas, y hasta anarquistas, que diferencían ambos principios ideológicos; pero, si así no fuera, bastará una pequeña dosis de percepción, para comprender la disparidad que los separa.

Creemos haber esbozado sino demostrado concretamente, que el comunismo, no ya el ancestral de carácter religioso, si que tampoco el de tendencia acrática ni el soviético, tienen un solo punto de contacto con el colectivismo socialista, de que somos partidarios, creámoslo o no, todos los cuantos nos consideramos discípulos de Carlos Marx y adoctrinados en las teorías de su monumental obra sociológica, El Capital.

Marx ha dicho, y esto evidencia más que nada la esencia colectivista de sus doctrinas, que “el lazo entre las funciones individuales y su unidad como cuerpos productivos se encuentra fuera de ellos. El encadenamiento de sus trabajos les aparece idealmente como el plano del capitalista, y la unidad de su cuerpo colectivo les aparece prácticamente como su autoridad, el poder de una voluntad extraña que somete los actos a su fin”.

Esta pura doctrina colectivista, que nosotras interpretamos como una advertencia contra posibles absorciones de individualismo burgués, se dirige a recomendar a las organizaciones proletarias la federación a base de colectivismo, que ya hemos creído definir como antitético al comunismo de los pasados tiempos y presentes.

También Vandervelde, que para nosotras no deja de tener una autoridad indiscutible acerca de la materia de que tratamos, ha dicho lo siguiente:

Si los trabajadores triunfan sin haber cumplido las evoluciones morales que son indispensables, su gobierno será abominable y el mundo estará sumergido en sufrimientos, brutalidades e injusticias tan grandes como en el presente.” Y es que el preclaro camarada belga, motor de la potente organización a base múltiple que funciona en el país desolado por el imperialismo alemán, es un hombre que sabe señalar los peligros que entraña ese dominio que pretenden los comunistas sin la necesaria preparación de las masas que después del triunfo por medio de su acción conjunta pasan a ser, como actualmente en Rusia, víctimas de los que se superiorizan sobre la ignorancia de las muchedumbres.

Por eso dice Georges Sorel, en su estudio El porvenir de los sindicatos obreros:Frente a frente del Estado, la acción del proletariado es doble: debe entrar en lucha con las relaciones actuales de la organización política, para obtener una legislación social favorable a su desenvolvimiento; debe usar de la influencia que adquiera, sea en la opinión, sea en los poderes para destruir las relaciones actuales de la organización política, arrancar al Estado y al Municipio, una a una, todas sus atribuciones para enriquecer los organismos productores.”

¿Procedieron de esta forma los comunistas del aliancismo? Y los rusos ¿proceden actualmente de acuerdo con estos consejos? El formidable alegato de la compañera Alejandra Kollontai, del que ya hemos dado un fragmento, nos dice que no. En Rusia todos, menos los organismos obreros, participan de la dirección y gobierno del Estado como elementos especializados, no obstante su carácter de exfuncionarios del zarismo o burócratas del antiguo régimen, y que son, precisamente, los que sostienen, cerca de siete años, esa dictadura ignominiosa mal llamada del proletariado.

“¡Dictadura revolucionaria del proletariado! –dice G. Platon- en Devenir Social- Esto está dicho muy pronto.  Pero como dice Shakespeare, las palabras son hembras y los actos son machos .. En efecto, todos las dictaduras democráticas o proletarias no han tendido a otro resultado que a la restauración de las iniquidades sociales”.  Cosa esta completamente demostrada en Rusia, donde no solo se sostiene las prácticas de la autocracia zarista, al que, además, se escarnece a la democracia con hechos, que citaremos más adelante, y con usases soviéticos, como el recién dado por el Kremlin que ordena “sean declaradas nulas las elecciones de miembros del soviet en todos los casos en que los elegidos no respondan a las exigencias de las autoridades comunistas”.

¿Dónde está, pues, la democracia del comunismo? ¿Dónde el respeto al derecho electivo? ¿Dónde las garantías individuales, base primordial del colectivismo marxista? Tal vez el destronado Alejandro no procediera actualmente con el pueblo ruso de la manera radicalmente despótica y tirana que proceden las tituladas autoridades comunistas con respecto a los que no responden a sus exigencias.

Hace veintiún años que, en carta dirigida a una agrupación de estudios sociales de España, predecía la luchadora Luisa Michel los acontecimientos del presente, en las siguientes palabras que hacemos nuestras:

“Es preciso que la Europa escape a la monstruosa rusificación que intentaba Plehwe y que estaba comenzada; es preciso que Europa escape a todos los autócratas, a todos los inquisidores.

Tomemos por armas todo lo que puede ser un arma; las ciencias, las artes, todo; y que cada uno lleve allí todo su corazón, toda su inteligencia, toda su vida.”

EL OBRERO BALEAR nº 1193

20 de febrero de 1925