¡Abajo la monarquía!
Cuando una institución o un régimen social o político, carece de estabilidad evolutiva en la marcha progresiva del tiempo y de las cosas, y su fuerza moral no influye para nada en la conciencia de los ciudadanos, y sus normas legales se sustituyen por el capricho de los que gobiernan o dirigen, arrollándose los derechos constituidos y atropellándose las libertades conquistadas puestas en ley; un régimen así no tiene razón de ser, ha pasado ya de su fin histórico, ha cumplido su etapa de progreso y solo puede subsistir por la cobardía o por la superstición de los que viven en él.
Tal es la situación del régimen monárquico en España.
La monarquía de nuestro país está corroída por el gusano clerical y reaccionario que en su afán de dominio pretende –lográndolo a veces, aunque por vías indirectas- dirigir nuestros destinos llevando la nación por rumbos contrarios a las corrientes modernas de civilización y progreso. Todo el cardenalicio monárquico está prisionero del Vaticano y de la plutocracia, lo cual quiere decir que con monarquía los españoles estamos siempre más sujetos a la cadena que lo estaba Prometeo a la roca. Más como ese modo de gobernar no cuadra con los tiempos ni con la conciencia ciudadana, y como la monarquía no puede subsistir de otra manera, he aquí que sus minutos de vida sean contados. Al actual régimen le pasa lo que a los tísicos: son cadáveres y todavía caminan.
Y si los republicanos y socialistas todos unidos no nos preparamos pronto, pero muy pronto, para enterrar la monarquía, el contagio de la enfermedad se apoderará de los españoles y entonces si tendrá razón de ser el régimen monárquico: régimen y regidos todos estaremos a un mismo nivel, todos seremos tísicos.
Antes que eso venga cortemos de raíz el árbol melifico de la monarquía. El primer hachazo debemos dárselo en las elecciones de mañana; lo demás ha de venir con la Revolución, pero en plazo breve
¡Viva la Revolución!
Núm. 426, 7 de mayo de 1910
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