Alejandro Jaume /HERTZIANAS      En la Casa del Pueblo – Impresiones de un oyente

Ha pasado el Primero de Mayo. Una etapa más en la marcha ascendente hacia nuestro ideal. El paro fue general. La Fiesta del Trabajo se celebra ya sin discusión, sin resistencia. No se necesita ser viejo para recordar las turbulencias de no hace muchos años, cuando los patronos se negaban, obstinadamente, a reconocer el carácter festivo de ese día y las autoridades desplegaban sus fuerzas para garantizar la libertad del trabajo. Hoy incluso los periódicos católicos huelgan ese día y se suman a regañadientes a nuestra fiesta.

Prohibida la Manifestación, el Primero de Mayo ha perdido su principal carácter, carácter de revuelta, de ostentación de fuerzas viriles y amenazadoras. No obstante se contratiempo la pujanza de las fuerzas obreras quedó bien manifiesta. Cerradas las tiendas, paralizadas las fábricas, Palma parecía una ciudad muerta, abandonada por la vida.

Asistimos al mitin de la Casa del Pueblo. La concurrencia no fue lo numerosa que debía ser. El espíritu ciudadano no se ha adueñado todavía de la clase trabajadora. Esa indiferencia fue fustigada por todos los oradores. El acto no pudo ser más liberal. La libertad no cuenta apenas con defensores, fuera del sector trabajador. Mientras la vida comercial e industrial de Palma quedaba paralizada, un grupo de ciudadanos abnegados vertían su palabra cálida y persuasiva sobre los oyentes de la Casa del Pueblo. Para nosotros este mitin fue una revelación. Conocíamos de antiguo a algunos de los oradores; a Bisbal cuya fe en nuestros ideales no consiguen apagar ni el transcurso de los años ni los sinsabores naturales de la lucha; a Ignacio Ferretjans que se halla de nuevo entre nosotros y a quien dadas sus excelentes condiciones personales, desearía ver pronto en nuestras filas socialistas aportando a nuestra causa todas sus inquietudes. Pero no habíamos oído nunca a Porcel, a Bauzá ni a García. La clase obrera puede estar orgullosa. Cuenta con un estado mayor que difícilmente podría ser superado por la burguesía. Los oradores burgueses carecen de la santa vibración de los oradores obreros porque no sienten como éstos las afirmaciones que proclaman. Son oradores abogadescos que con la misma facilidad defienden o impugnan una misma tesis.

Hemos asistido a infinidad de mítines burgueses. Hemos tomado parte en muchos de ellos en época en que nuestra moza inexperiencia extraviaba nuestros pasos. Creíamos poder luchar, dentro de la burguesía, por la libertad. Ilusión juvenil desvanecida bien pronto por la realidad. Mientras bregábamos nosotros, en algunos de aquellos mítines por la causa liberal, promulgaba Moret la ley de Jurisdicciones o sancionaba Canalejas la existencia legal de las Congregaciones religiosas huidas de Francia. Desde nuestra butaca, mientras evocábamos esos recuerdos, íbamos comparando la oratoria burguesa y la oratoria obrera. La comparación resultaba fatal para la burguesía. Los oradores burgueses van en busca del efecto de momento, atentos al resultado de la próxima lucha electoral, y halagan, para ello, los apetitos y formulan promesas que saben de antemano que no han de cumplir. Los oradores obreros vierten ideas de lejana realización y apelan al sacrificio y a la abnegación como medios conducentes a la consecución de la redención suspirada. Oratoria de apostolado, de profetas que anuncian la verdad nueva que ellos no han de gozar. La paradoja no puede ser más manifiesta. La burguesía, la clase acomodada, es seducida por los oradores que halagan sus inmediatas ambiciones. La clase obrera, la clase desheredada escucha atentamente a los oradores que nada prometen, que sólo enseñan a las multitudes el camino a seguir para la consecución de su propia emancipación.

Cuando salimos del mitin sentimos afianzada nuestra fe en la causa obrera y como una inyección de optimismo que remozara nuestro espíritu. J

EL OBRERO BALEAR nº 1257

14 de mayo de 1926