Como
siempre acontece en nuestro país, cuando la Parca segó la vida del
luchador que peleó contra la inercia del pueblo y contra la ambición de
sus gobernantes a la vez que contra la Naturaleza, que arrebataba a su
organismo la energía física; cunado se heló aquel corazón de acero que se
mantenía al rojo entre las heladas montañas pirenáicas, aquel corazón
ardiente que pretendía transmitir el ardor suyo al pueblo cobarte y
resignado; cuando cayó desplomado el cuerpo del titán, todos parece que se
han acordado ahora de su talento y portentosa imaginación, y piensn en
homenajes y monumentos dedicados al maestro.
Los que
militaban en sus mismas filas, aunque no siguieron sus ideas, piensan
ahora en redirle tributo de admiraciónj y afrendarle un monumento.
Los
demócratas y liberales, los de la pandilla gobernante, los que calificaron
de energúmeno y que no hubieran tenido inconveniente en encarcelarle, los
que habían recibido sus zarpazios y habían sido pulverizados por su
crítica, los parásito, oligarcas, ambiciosos y farsantes, como si no
estuvieran ofendiéndole al continuar su obra de empobrecimiento nacional,
con cínica hipocresía, alaban y elogian la obra de
Costa y se
adhieren al homenaje que se le tributa.
¡Cuesta
tan poco ensalzar una idea y practicar lo contrario!
Nuestro
democrático presidente improvisa ante los periodistas discruso
grandilocuente y sentimental, elevando la intelectualidad del muerto;
nuestro hidráulico Gasset dice que en el pensamiento de
Costa está la
salvación de España: pantanos, canales, escuelas ... El primero hace
intervenir en el duelo nacional al jefe del Estado, que contribuye con una
parte de su asignación diaria a la erección de un monumento a la memoria
del precario hijo ... y parten tranquilos a las fiestas de Alicante, y
mientras la corte se divierte en las regatas y el ministro de Fomento dice
que hay que poner en práctica la obra del gran Costa, un pueblo aragonés
Caicena, se reune en la Casa Consistorial para tratar de emigrar en masa
...
Mas
dejando aparte la visible hipocresía monàrquica, vamos a dirigir unos
cuantos razonamientos a los que están identificados con sus ideas y los
que admiraban de verdad, por su honradez y por sus ideas.
Conviene
recordar que Costa,
compenetrado del pauperismo y de la degeneración de España, dedicó su
inteligencia y su trabajo a estudiar la redención del labriego; por ella
entró en la vida política, y cuando al aplicar los remedios, vió que su
sana doctrina era semilla que caía en tierra estéril; cuando vió que el
partido republicano se desgajaba, movido por la ambición de jefatura de
sus caudillos; cuando vió que el pueblo continuaba en la apatía suïcida y
en su degeneración espantable, el hombre austero, el luchador incansable,
sintiendo la verguenza de que su pueblo fuiera un rebaño de corderos,
lanzó contra el país el terrible anatema: “España es un país de eunucos” y
nos calificó de “locos, burros y cobardes”, cayendo después influído por
los desengaños, en el desaliento y en el pesimismo, que le hizo retirarse
de la vida pública.
Aquello
fue una exaltación de sus ansias regeneradoras, un exceso de amor; quiso
ver si España sentía el aguijonazo de su apóstrofe y surgía revolucionaria
dispuesta a redimirse. Por eso más tarde, cuando se formó vigorosa y
compacta la
Conjunción republicano – socialista, Costa tuvo palabras de elogio
para Galdós e
Iglesias por la
indiscutible honradez que representan. Entonces quizá abrigó la esperanza
de ver a España elevada y libre.
Por eso
los que deseen glorificar su obra y su personalidad intelectiva, dedicada
a redimir al pueblo laboriosos y productor, no debemos creer que hemos
cumplido con nuestro deber, dedicando, en honor del maestro, unas cuantas
monedas para pompas y homenajes vanos.
Difundamos sus obras por toda España; que el pueblo las lea, inculquemos
sus ideas en la masa popular, para que ésta, capacitada y enérgica,
derribe a la Monarquíay sobre sus cenizas, y teniendo por base una
estricta moralidad administrativa, eleve el monumento de la República,
primero que se debe alzar en honordel desaparecido luchador. En él puede
darse un puesto al ilustre polígrafo, genuína representación de la
austeridad.
Costa, como
Marx, no necesita monumento,
porque allí donde exista una grupo de obreros organizados, allí donde
exista un grupo de obreros organizados, allí donde se lean sus obras, y
donde exista un periódico que extienda sus doctrinas, allí tendrá un
monumento a su memoria. Si los plañideros diarios que hoy lloran su muerte
quitaran sus folletines y publicaran en su lugar las obras del ilustre
pensador, más le dignificarían.
¡Republicanos!
¡Socialistas! Trabajemos todos para redimir a España del yugo monárquico,
vigorizando la
Conjunción republicano – socialista.
Difundamos la doctrina de
Costa, y si
logramos sacarla de la oscuridad en que yace, podemos decir que hemos
cumplido el anhelo del maestro y entonces podemos depositar sobre su tumba
una hermosa corona: la de la regeneración nacional
R. Lamoneda
EL OBRERO BALEAR
Núm. 467, 25 de febrero
de 1911
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