1920 - “Las artes de la Casa del Pueblo”

Muchas son las veces que los redentores del trabajo (los sanguijuelas del trabajador honrado que engañado los admira y a ellos se allega), que los bruscos talismanes que desconciertan y emponzoñan la voluntad de los obreros y obreras que ansían protección, que desean, y es necesario, fortalecer su ánimo en uno y otro sentido, han demostrado lo vil y nunca bastante reprobado uso de su ser.

Muchas son las veces, repito, y otras tantas las que sin hacer caso de los intentos del directorio de la Casa del Pueblo, los veía pasar cual travesuras de unos niños de muy corta edad, sin raciocinio y por consiguiente, sin conocimiento de causa, pero que molestan, que mortifican.  Así pues, era como yo, indiferente a su causa por considerarla torpe, mejor dicho, porque no conocía sus efectos, calificaba, con toda la propiedad de las palabras, los hechos y amenazas de la Casa del Pueblo, digo, de los vividores de las Casas del Pueblo, vividores del desorden, de la agresión y del … ¡¡Viva la libertad!!

Aquí, digno es que hagamos un alto para dedicarnos unos momentos al estudio de éstas gentes especie de alimañas humanas cuyo bien consiste en destruir al mismo bien; para su mejor estudio los presentaré al natural cuya desnudez será la forma exacta del monstruo de la moral y de la religión, microbio personificado que invade los pechos del honrado trabajador y hace que respire aire impuro y que amenaza al mundo entero, incluso a sí mismo.

Estudiar minuciosamente la causa a que estos seres, objeto de nuestra atención, deben su existencia, es un poco más que difícil aunque no imposible, pero sin embargo, exteriorizaremos toda su obra que es lo que me propongo demostrar y combatir legalmente, pues, ha llegado el momento, que el ser indiferentes constituye un grave peligro para todos los que anhelamos el orden, la paz y la justicia, y de una manera muy lógica y justa, la hermosísima libertad.

El origen del sindicalismo es el bandolerismo, y como tales se van portando, pues todos los que conozcan la historia de aquellas célebres cuadrillas de bandidos, célebres por sus crímenes, como la banda de José María, la de los “Siete niños de Ecija”, etc. etc., y comparan sus crímenes con los del sindicalismo, verán como aun aquellos se ennoblecen a l fruto de éstos.

Aquellos hombres que por uno de los azares de su vida se vieron perseguidos por la justicia y como única protección acudieron a las escabrosidades de los montes, desde donde pudieron acechar al odiado y vengarse de él, por lo que vieron luego precisados a seguir aquella vida de penalidades y recrudencias y que les valió el título de bandido, resultan honrados ante los bandidos contemporáneos, ante las cuadrillas dictatoriales del sindicalismo que por lema tienen la destrucción y como única arma el puñal.

Así es como son, neta y puramente, los directores sindicalistas y por consiguiente, los directores de la Casa del Pueblo, y queda pues bien demostrado que, la reivindicación de aquellos obreros está suspendida de una mano criminal y que dependen de una voluntad que no puede darla ni ofrecerla siquiera.

¿Los que son verdaderos obreros del trabajo, pueden ser sindicalistas? No –Pues yo se cierto que son muchos los de la Casa del Pueblo que quieren trabajar; que son honrados y quieren seguir siéndolo y que solo por imposición … ¡de quién? Del temor o de un don Nadie, están sujetos a las amarras de su sindicato [ … ]

EL ADALID nº 19

13 de marzo de 1920