Acerca del "Frente Único - Derivaciones de un réplica

 

Celebramos infinito que el inteligente camarada Alejandro Jaume, que ignorábamos fuese el J. firmante de los crónicas El Socialismo en el extranjero, periódicamente aparecidas en este semanario, haya conducido esta cuestión del frente único a un terreno de pura ideología con el fin de convencernos, seguramente, de la beneficiosos que sería para nuestra finalidad de redención proletaria, “que comunistas y socialistas, ahogando la pasión que les separa y en aras de la causa común, se den, ante la burguesía atemorizada, una apretado abrazo de hermandad y prosigan luego sus respectivos caminos para volverse a encontrar siempre que el común esfuerzo sea necesario.

La unificación de todas las fuerzas obreras divididas fue siempre nuestro mayor deseo. En este sentido nos esforzamos, procurando el convencimiento de los inconscientes sin dejar por ello, también, de salir al encuentro de todas las tácticas que juzgamos equivocadas o contrarias a los principios marxistas, que, dígase lo que se quiera en contraposición de nuestras aserciones, son completamente distintas a los del comunismo.

El Socialismo es una doctrina político-social muy diferente al comunismo, aunque el camarada Jaume declare no haber sabido ver jamás la diferencia entre una y otra de ambas escuelas ideológicas.

El Socialismo, como principio político, reconoce la mayor autonomía individual, a base, claro es, de la conveniente disciplina colectiva que se deberá siempre a las organizaciones de producción, base solidificadota del colectivismo socialista.

Que son distintas ambas doctrinas lo evidencia claramente sus diferentes principios. El Socialismo declara en su principio mínimo, como principio innegable de justicia, “a cada uno según sus merecimientos y comportamiento social”, señalando, además, ineludibles deberes a cumplir con la sociedad cosa hasta aquí no recomendada por los comunistas que se atrincheran en el aforismo injusto, aunque humanista y solidario de un derecho incuestionable para todos, se hagan o no merecedores del apoyo mutuo por méritos contraídos a favor de la colectividad o por sus mayores aportaciones al conjunto, a la distinción.

A nuestro juicio se equivoca el amigo Jaume cuando afirma que “todos los socialistas son comunistas doctrinalmente”.

No negamos que entre ambas escuelas político-sociales existen puntos de identidad; pero el comunismo como escuela no sigue en los presentes tiempos de Lenine y Rikoff los derroteros colectivistas que de tan clara manera fueron expuestos por Marx y Engels en su célebre Manifiesto que, en verdad se le denominó comunista para que el pueblo obrero no confundiera sus enunciados filosóficos acerca del materialismo económico con los de Roberto Owen, Fourir (sic), Prohudom (sic) y otros filósofos de la economía social que calificaron, asimismo sus doctrinas de derecho consuetudinario como socialistas.

Hamón, que es todo una autoridad indiscutible en cuestiones de cronología socialista ya nos enumera minuciosamente en su Historia del Socialismo las fases distintas por que pasaron los ensayos del comunismo, que es más viejo de cinco siglos en las contiendas económicas habidas en la Humanidad. Nunca fue el comunismo una escuela clara con relación a las necesidades de los pueblos y si el colectivismo que supo esbozar con todo acierto el gran filósofo Carlos Marx de cuya doctrina social somos partidarios los hoy denominados socialistas colectivistas.

No podemos estar tampoco de acuerdo con aquella afirmación de que no nos separa de los comunistas, sino, “solamente una diferencia de táctica”; creemos estar separados también de los adeptos de la Sindical Roja de Moscú por un principio esencialismo de doctrina. ¿Se puede negar esto?

Concedamos la palabra en reafirmación de nuestro aserto afirmativo a la compañera Alejandra Kollontai exministra de Bienestar Público en la República de los Soviets que ella nos dirá, con su autoridad militante, si en Rusia se procede o no de acuerdo con las doctrinas marxistas que son la esencia y virtualidad del socialismo colectivista en el mundo todo.

La dirección única, es decir, la voluntad de un hombre aislado, libre, desprendido de la colectividad, fuere lo que fuere el dominio en el cual se manifiesta, desde la autocracia del jefe de gobierno hasta la del director de fábrica, es la más perfecta expresión del pensamiento burgués. La burguesía no cree en la fuerza de la colectividad. Lo que desea es amontonar a la masa en un rebaño obediente, para poderlo llevar, según su capricho personal, donde quiera el guía.

Al renunciar al principio, precisamente al principio, de la dirección colectiva de la industria, el partido comunista ha hecho un abandono grave. Un acto de oportunismo, una desviación de la lucha de clases que habíamos afirmado y defendido con tanto calor durante el primer período de la revolución.

El obrero siente y ve que los especialistas, y peor aún, los seudo especialistas ignorantes y sin experiencia, los “peritos” ahuyentan a los obreros,  bajo el pretexto de incapacidad o de inclinación a aplicar en todas partes su sentido práctico, ocupando los principales órganos que dirigen nuestra producción. ¡Y el partido en vez de colocar a los elementos extraños a la clase obrera y al comunismo, en el lugar que le corresponde, les favorece y busca entre ellos y no en las organizaciones obreras, la salvación y el remedio contra el desorden económico! No es en los obreros, ni en los sindicatos ni en las organizaciones de clase donde el partido tiene confianza. Esto, las masas obreras lo sienten, y en lugar de tener un partido y una clase proletarias unidos y compactos, tenemos una brecha; en lugar de ir hacia la identidad, caminamos hacia la desunión… Los líderes más populares pueden esforzarse en encubrir con bellas palabras su defección a la pura política de clase y sus concesiones, ora a los pequeños campesinos, ora al capitalismo internacional: en esta confianza hacia los mejores discípulos del sistema de producción capitalista, las masas sienten claramente donde empieza el retroceso.

Los obreros, por el intermediario de la “oposición obrera” preguntan: ¿qué somos? ¿Es verdad que somos la pieza angular de la dictadura del proletariado, o acaso un rebaño sin voluntad, un escabel para los que han separado de las masas y se han hecho un nido cómodo y tranquilo bajo la bandera comunista, o para los que conducen la política y la vida política fuera de nuestra dirección, sin el empuje creador de nuestra clase?

Trotzki (sic) es franco, al menos. No cree que la clase obrera esté preparada para crear el comunismo. Ha puesto en práctica, imponiendo tormentos y cometiendo errores, su sistema de educación de las masas a garrotazos y en su Comité Central de los Transportes, ha preparado estas masas para desempeñar más tarde su papel de patrono con los mismos procedimientos que se empleaban antaño para con los aprendices.

Alejar a los obreros organizados de la producción, rehusarles, es decir, rehusar a las organizaciones profesionales, verdaderos intérpretes de la clase proletaria; confiar sólo con la “ciencia” de los “especialistas” amaestrados y educados para un sistema de producción completamente distinto, equivale a abandonar de hecho el marxismo científico. Es precisamente lo que se practica hoy en las cumbres de nuestro partido. Constatando el estado catastrófico de nuestra economía nacional, siempre basada sobre el sistema capitalistas (salarios pagados con dinero, tarifas, categorías de trabajo etc. ) los directores de nuestro partido, en un arrebato de desconfianza para con las fuerzas creadoras de las colectividades obreras, buscan la salvación contra el desorden económico … ¿con qué medios y qué personas? Con los representantes del pasado burgués y capitalistas, con los hombres de negocios y los técnicos, cuyas facultades creadoras, precisamente en el dominio económico, están paralizadas por la rutina, las costumbres, o los procedimientos propios del sistema económico del capitalismo. Son también nuestros dirigentes que implantan esta fe, cándida hasta lo ridículo, en la posibilidad de realizar el comunismo por vía burocrática. Allí donde se había de procurar crear, ellos destruyen.

“Para triunfar de la crisis económica, para crear la economía, el obrero debe ante todo provocar en su cerebro el nacimiento de un método nuevo de organización del trabajo y procedimientos nuevos de dirección”

Desgraciadamente, esta verdad sencilla y marxista no está compartida hoy por las cumbres de nuestro partido ¿Por qué será? Porque estas cumbres tienen más confianza en los burócratas y los técnicos heredados del antiguo régimen que en el espíritu creador y sano de la clase proletaria. En cualquier otro dominio está permitido preguntarse a quién debe pertenecer la dirección; ¿a la colectividad obrera o a los especialistas burócratas?

Para la ilustración de las masas, el desarrollo de la ciencia, la organización del ejército o del servicio sanitario, para todo, pero no para el dominio económico. Aquí la cosa es indiscutible y luminosa para cuantos no han olvidado la historia.

Hay que declararlo de modo claro e inconfundible; se dejan arropar por la atmosfera burocrática y se derriten en medio de los elementos burgueses; son incapaces de traer la menor democratización ni el menor soplo de vida en la administración soviética.

¡Cuánta amargura se acumula en los obreros y obreras, cuando ven, cuando saben que si se les diese el derecho y la posibilidad de obrar, llevarían a cabo su empresa! ¡Cuánta desesperación al recibir semejante negativa, cuando se ha descubierto los materiales necesarios, cuando se está seguro del éxtio de todo! …

No hemos podido resistir a la tentación de intercalar en nuestra réplica los párrafos transcritos de la inteligente compañera Alejandra Kollontai porque en ellos y con mayor autoridad que la nuestra se pone de manifiesto la disparidad del comunismo con el principio colectivista, base fundamental del Socialismo.

Maria Cambrils

EL OBRERO BALEAR nº 1188

16 de enero de 1925