1920 –  El paro general del martes

Un deber de conciencia nos induce a decir algo referente al paro de 24 horas, realizado por la Casa del Pueblo, como prueba de simpatía hacia los dos dignos trabajadores Mercant y García, que gimen entre rejas por obra y gracia del caciquismo mallorquín, capitaneado por el funesto y odioso D. José Socias.

No nos ocuparemos de los motivos aducidos por los que decretaron la prisión de los citados compañeros, porque creemos son harto conocidos por el pueblo mallorquín; tampoco diremos nada referente a su inocencia, por estar ésta bien demostrada y bien compenetrada la clase obrera de su inculpabilidad; pues quedó bien patentizado, en el mitin celebrado en el Teatro Balear, la inocencia de las dos víctimas que sufren los rigores de un régimen carcomido, injusto, fiero y despiadado para los humildes que en su corazón late un espíritu de justicia y abrigan un noble ideal de redención humana, bueno y manso para los que trafican con la miseria del pueblo.

Nuestro objeto, al empuñar la pluma, no es otro que el de demostrar ciertos errores en que han incurrido los organizadores de dicho paro, para qué en los sucesivo procuren corregirlos, si les es posible, anteponiendo a los bastardos deseos de finalidad partidista los nobles y altruistas de laborar desinteresadamente en pro de la libertad de los inocentes. El paro del martes 3 del corriente, no tuvo, a nuestro entender, esta virtualidad sino muy al contrario, en él sólo vimos a un partido socialista que se agitaba en derredor de dos víctimas haciéndolas servir de pretexto para hacer prosélitos y justificar la inútil intervención de sus diputados en el Parlamento, a la par que laboraba a favor de la caduca Unión General de Trabajadores, traidora a las aspiraciones del mundo proletario, pues no otra cosa representa su adhesión a la II Internacional. De no ser así, de haber sentido vivamente los elementos de la Casa del Pueblo deseos de libertar a los dos caídos en poder del odio caciquil, hubieran obrado de muy distinta manera, pero tal vez lo que menos les interesaba era la cuestión de los presos, y quizás para que sus planes no salieran fallidos fue el motivo que les indujo a poner una mordaza al Ateneo Sindicalista, después de haberlo invitado, para que en el Teatro Balear no dejara oír su voz de protesta ante la injusticia que representa la injustificada prisión de los dos extranviarios [sic], e indicara, al propio tiempo, a los trabajadores, el camino que creyera conveniente a seguir para lograr la libertad, aunque fuera provisional.

De invitación de pura fórmula podemos calificar la que hizo la Comisión organizadora del paro, al  Ateneo Sindicalista; pues cuando éste nombró una comisión para que se entrevistara con la de la Casa del Pueblo, con el fin de notificarle los acuerdos tomados, que no eran otros que secundar el paro y haber delegado a un compañero para que tomara parte en el mitin, se deshizo en excusas y subterfugios a fin de que no hablara nadie más que los socialistas nombrados. Este proceder, a simple vista incomprensible, demuestra bien a las claras la finalidad que perseguían los organizadores de dicho acto, que no era otro que el que citamos más arriba: Finalidad política.

Lamentamos muchísimo que con actos de esta naturaleza, que debería predominar el espíritu de justicia, predomine el bastardo interés partidista y lo lamentamos doblemente porque por este camino vemos que solo se consigue malgastar las energías del pueblo, sin ningún resultado práctico y positivo.

Las llaves de la cárcel en donde encerrados dos honrados obreros, las tiene el cacique Socías, los hechos lo demuestran claramente, nadie lo ignora; pues el movimiento del martes a nuestro entender, si se hubiera declarado indefinido y las fuerzas obreras que en el mitin se congregaron, las hubieran encauzado por diferentes derroteros los que estaban obligados a ello, tal vez hubiera sido más que suficiente para que en el ramillete de flores perfumado de simpatía que ofreció la Comisión del paro a Mercant y Garcías, hubieran podido ir envueltas las llaves de la cárcel, arrancadas de las manos del funesto cacique.

Los presos, más que simpatía necesitan libertad, sean de la clase que sean, y con más motivo los a los que no se les ha podido probar ninguna participación en el hecho que se les imputa. Comprendiéndolo así el Ateneo Sindicalista, fue que al recibir el comunicado de la Comisión de la Casa del Pueblo el domingo, dejando a un lado las desavenencias existentes entre socialistas y no viendo más que la injusticia perpetrada con dos obreros, se apresuró a reunirse y tomar los acuerdos ya citados, no siendo bien acogidos por parte de la citada Comisión de la Casa del Pueblo.

Los sindicalistas al tratar de defender a las víctimas del capitalismo, no tenemos, ni tendremos inconveniente de ir del brazo de los socialistas a exponer nuestra opiniones; sépanlo los trabajadores, pero por lo visto, éstos, los socialistas, más delicados que nosotros, desprecian nuestra colaboración (después de haberla solicitado) para llevar a cabo una obra altamente humana; pero, no obstante, sin ningún escrúpulo, estos mismos socialistas, no reparan en confundirse, en el Ayuntamiento, con los acaparadores falsificando harinas que el pueblo trabajador ha de comer.

NOTA.- Los sindicalistas aparecieron, como siempre, defensores de una causa justa, lo que tal vez sientan los directores de la Casa del Pueblo, por cuanto a las sociedades en que militan se les avisó el domingo sin tener tiempo material de convocar sus juntas, incluso hubo algunas que no se les comunicó nada. Tal vez fue negligencia, o quizás deseos de que los sindicalistas aparecieran como traidores del movimiento. Nosotros que conocemos el paño optamos por creer lo último.

 

CULTURA OBRERA nº 52

17 de julio de 1920